Cuba: rodilla en tierra

Lo expresa Andrés Oppenheime, el conocido periodista argentino residente en Estados Unidos, comentando la reunión de los jefes de Estado y de gobierno que asistirán en La Habana  a la cumbre de la Comunidad  de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), al saberse que esas lumbreras que se les llena la boca hablando de libertad y derechos humanos en sus respectivos países, no se reunirán – si no hay un acto decente  de última hora -  con los grupos civiles independientes de Cuba.
Y esto le hizo decir a Oppenheime:
 “Lo más vergonzoso de la programada visita de los presidentes latinoamericanos a Cuba no es que viajen a un país gobernado por una de las últimas dictaduras familiares del mundo, sino que probablemente no aprovechen la oportunidad para visitar también la cumbre paralela que la oposición pacífica del país planea celebrar al mismo tiempo”.
Los 50 años que lleva Cuba hendida en la peor dictadura posible, es consecuencia en buena parte de la manifiesta cobardía de las naciones hispanoamericanas y de ciertos grupos de intelectuales que viviendo opíparamente en sus respectivos lugares, y bendecidos cuando van a la isla, venden el absolutismo reinante como una de las virtudes cardinales que por otra parte ellos no toleran.
Fidel Castro – Gabriel García Márquez no quiso que fuera el personaje central de su “Otoño del patriarca” -   ya “no gobierna” en Cuba. Los poderes los postergo en su hermano Raúl.  Solamente mantiene la potestad de un salvador elevado al Olimpo. Nada se hace sin su consentimiento. Todo se le consulta.
 El déspota, a su edad, sigue siendo  la figura representativa del absolutismo absoluto.
En medio de tanto oprobio, el cubano es uno de los pueblos más risueños del planeta. Esa capacidad es inconmensurable.
 (Léase el último libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante, editado en Galaxia Gutenberg con el título “Mapa dibujado por un espía”):
Vamos a contar una historia. La escribió Alejandro Solyenitsin, figura fundamental de la disidencia soviética,  y autor de “El pabellón de cáncer” y “El archipiélago  Gulag”.
 El relato forma parte de “Cuentos en miniatura”.
Narra que en el patio de su casa un niño ha encadenado a su perrito llamado Sharik. “Lo tienen así desde que era un cachorrito. Una vez fui a llevarle huesos de caldo humeantes y aromáticos, pero justo en ese momento el chico soltó al pobrecito”.
 La nieve en el patio era copiosa y blanca, regresaba posiblemente uno de esos crudos inviernos del norte. Sharik, lleno de júbilo, da vueltas por el patio, salta como una liebre, el hocico se le llena de blancura fría; corre por todos los rincones, del uno al otro, del uno al otro...
 Se le acerca al escritor, el can,  todo velludo, salta alrededor de él, huele sus huesos y vuelve a correr.
 “No necesito yo sus huesos... denme solamente la libertad”,  dice con sus gestos retozones.
En La Habana y en cada una  de las ciudades y pueblecitos de Cuba, desde la Península de Guanahacabibes hasta más allá de Sierra Maestra, hacia la punta de Quemados, la  libertad significa recibir consignas del Patriarca de la barba bermeja y escuchar una y otra vez la cantaleta “Patria... o muerte”, algo que los antiguos descendientes de los mambises dicen, con sobrada razón,  ser una redundancia.
 Hacia 1896, Antonio Maceo, que con José Martí es el gran héroe de la independencia, dijo: “La libertad no se pide, se conquista a golpe de machete”.
Hoy ese valor imperecedero que tanta sangre costó en los campos de La Mejorana o por las riberas del río Cauto, está pisada,  hecha añicos, convertida en ramera de unos revolucionarios barbudos que hablan de independencia, cuando ningún cubano en estos momentos en la isla, no posee ni  tan siquiera los derechos que cualquier turista de ton y son posee al momento de  tostarse al sol en las finas playas de Varadero.
La presencia del CELAC esta semana en La Habana debería servir  como un antídoto  que ayudara al pueblo isleño a salir de su martirio desesperante.



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