Despótico poder

Leer sigue siendo el susurro más placentero para el que no desea ser  crepúsculo encajonado.
Lo más atinado es rodearse de libros, soporte que no resguarda el cuerpo; sí recubre el espíritu de arrebatadoras sensaciones. Éxtasis, dirían los creyentes en lo sobrenatural
 El fin de semana una televisora de esta orilla del Caribe, piélago donde moro y hago fonda durante unos días,  ofreció la película basada en la novela de Mario Vargas Llosa, “La fiesta del Chivo”.
 Es la narrada historia de senderos inventivos, sin  dejar de matizar concreciones históricas   de un drama político de opresión  y egocentrismo tan común en el  hemisferio latinoamericano.
  “El Chivo” es el sobrenombre que los conjurados le dieron al sanguinario generalísimo dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina. En esa tétrica  lista se incluía en esa época   al haitiano Francois Duvalier , tosco personaje que hizo de la magia negra la base de un terror físico/psicológico,  y más lejos Juan Vicente Gómez, cuyo gobierno oscurantista impidió la entrada de Venezuela al siglo XX hasta el año 1935, fecha de su muerte.
 El mérito del libro consiste en hacer ver cómo los tentáculos de la dictadura todo lo corrompe, gatea las paredes, se introducen en las alcobas, se implantan en las conciencias y allí, convertidos en mandrágora, absorben cada valor moral.
 Hay en la novela un diálogo sorprendente entre el presidente títere, Joaquín Balaguer nombrado a dedo por su  Benefactor y Generalísimo.
 El pequeño timorato, inteligente adulador, quiere impedir que un asesino, el teniente Peña Rivera, sea ascendido a capitán.  Ante esa negación, Trujillo le expone argumentos contundentes surgidos de forma malévola y sublime a su vez, en la meta de todo déspota cuando de mantener  poder político se trata. :
 “Usted, Presidente Balaguer – le dice Trujillo en todo hipócrita y aún así certero- , tiene la suerte de ocuparse sólo de aquello que la política tiene de mejor: leyes, reformas, negociaciones diplomáticas, transformaciones sociales. Le tocó el aspecto grato, amable, de gobernar. ¡Le envidio! “
 Y recalca: “Me hubiera gustado ser sólo  un estadista, un reformador. Pero gobernar tiene una cara sucia, sin la cual lo que usted  hace sería imposible. ¿Y el orden? ¿Y la estabilidad? ¿Y la seguridad? He procurado que usted no se preocupe de esas cosas ingratas. Pero no me diga que no sabe cómo se consigue la paz. Con cuánto sacrificio y con cuánta sangre. Agradezca que le permitiera mirar a otro lado, mientras yo, el teniente Peña Rivera y otros teníamos tranquilo al país, para que usted escribiera sus poemas y sus discursos.”
 En esos párrafos el peruano / español Vargas Llosa desnuda  la perpetua realidad  de estas tierras afrocaribeñas y sus islas, lugar donde un “Tirano Banderas” valleinclanesco aposentó su real despotismo y sigue gobernando, envuelto en brumas, algunas de estas ínsulas y costas,  a cuenta de la  interposición desalmada de mampuestos   autócratas.
En ese arquetipo se ve en toda su dimensión en Cuba y, guardando ciertos matices, en  Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Venezuela.
Entre todos esos pueblos sobresale la situación del chávismo  que, tras la muerte de Hugo,   pervive con hendida torpeza en la constreñida sombra  de Nicolás Maduro.
 La polarización ideológica durante la presencia de Hugo Rafael Chávez  Frías ha dejado la impronta de un gobierno unipersonal hasta el deliro. Tal vez algunas de esas formas despóticas  fueron empíricas a cuenta de que esa revolución pensada en crear un socialismo a la venezolana y cuyo fondo es un comunismo caduco cuya única ansia  es mantenerse en el poder aunque con ello destruya todo resquicio político y social.



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