La democracia consiste, precisamente, en gobernar según la voluntad de la ciudadanía. Quienes lo hacen en nombre de la mayoría expresada en las urnas, no deben olvidar ni un instante a las minorías.
Es un grave error aducir mayorías absolutas pretéritas, porque se trata de reflejar en cada momento los anhelos de los pueblos en su conjunto. La palabra “absoluto” es terminantemente incompatible con la democracia y deberían existir mecanismos correctores para evitar las “leyes rodillo” en el Parlamento, con total menosprecio de los otros grupos.
Una democracia auténtica procura la evolución ponderada, de tal forma de que se conserven los “principios democráticos” –tan bien expresados en la Constitución de la UNESCO- y se modifiquen aquellas decisiones y aspectos que el tiempo ha invalidado. Pretender que las soluciones de ayer sirvan para los problemas de hoy y de mañana constituye una peligrosa miopía política.
Insisto: evolución, como nos indica la sabia naturaleza, o revolución. La diferencia, lo he repetido muchas veces, es tan sólo un “r”, de responsabilidad. No escuchar, no atender el clamor y el grito de la calle, puede facilitar el detonante revolucionario.
Escuchen. “Gamonal somos todos”, leía ayer en una pancarta. Gamonal somos muchos y hay muchos “gamonales”. La macroeconomía se refiere a unos cuantos y no remedia los desgarros sociales que hoy padecen tantos seres humanos, próximos y lejanos.