En la obra de Jaques Attali, “La Hermandad del Despertar” en la Córdoba musulmana, judía y cristiana del año 1162, los sabios de las tres legiones monoteístas van en pos de un libro llamado “Tratado de la eternidad absoluta”, atribuido a Aristóteles, y en sus páginas se llega intuir que en realidad esa labor absorbente es el pensamiento de Dios manteniendo la eternidad y no a la raza humana que nada cuenta en la infinitud de ella.
Es decir, estamos solos.
Otra historia: Cuando el médico Maimónides se encuentra en Tetuán con el filósofo árabe Averroes, hablaron de lo que ellos más sabían: enfermedades del cuerpo y el espíritu. Allí, a la sombra del zoco, departieron de un viento fogoso y una banderola que esparcía en los serrallos un pudridero de la sangre.
Tal ponzoña mató más gente que las guerras sembradas durante aquellos terroríficos años por los bereberes almohades.
El mal llegó transitando entre la saliva sin remos ni timonel del África subsahariana, la zona más calcinada de la Tierra, y hoy, en gran medida, tal angustia sigue proliferando allí.
¿Verdad? ¿Leyenda? ¿Cuento del camino?
En medio nos queda una verdad: Perviven muchas batallas pendientes para vencer la pandemia del sida, un perverso acicate que, a pesar de los logros científicos, continúa incurable y mortal en la mayoría de casos.
Hay una encuesta aterradora para los que conocen del poder del virus: uno de cada tres jóvenes dice no temerle miedo. Y eso es desconocer sus dolorosas consecuencias.
Las mujeres son más susceptibles al contagio heterosexual que los hombres. Es muy rara la hembra que tiene control sobre el sexo seguro.
Las muchachas son tres veces más vulnerables a la infección que los hombres de esas mismas edades y durante una relación sexual es dos veces más probable que ocurra la transmisión del virus del Sida de varón a mujer que a la inversa.
Además de ser biológicamente más asequibles a la infección, muchas adultas y chiquillas, en particular en el continente de la negritud, recurren al sexo como producto de intercambio para obtener alimentos, servicios, dinero o satisfacer las necesidades básicas.
Cada país ha venido adoptando estrategias previsoras, así como la utilización de terapias para combatir la enfermedad, pero sigue siendo el viejo condón o el moderno preservativo, la mejor tabla de salvación.
El otro remedio sería la moral, un sentido de responsabilidad propio, pero ese es un campo en el que cada individuo, frente a su conciencia o fe religiosa, puede decidir solamente él mismo.
Maimónides y Averroes tal vez no frecuentaron al traductor Gerardo de Cremona ni supieron más que otros del “Tratado de la eternidad absoluta”; no obstante, estuvieron estudiando un arremolinado malévolo anunciando por el viento y la veleta que aún dura en el siempre adolorido cuerpo humano.