Salario mínimo en Alemania y Estados Unidos: la codicia neoliberal al descubierto

Dos noticias recientes ponen de relieve hasta qué punto la crisis es, ante todo, social. 
La primera, hace unas semanas: “Llegar a un acuerdo con el PSD conlleva, porque es una exigencia ineludible, fijar en Alemania un salario mínimo” (lo que indica con claridad meridiana que las empresas alemanas no se sienten muy concernidas por las condiciones de vida de sus empleados). Y añade: “Al conocer la claudicación de la señora Merkel, varias grandes empresas anuncian su deslocalización”. 
La segunda se refiere a unas declaraciones muy recientes del Presidente Obama en las que comenta con gran pesar que más de 50 millones de norteamericanos viven hoy por debajo del umbral de la pobreza, y propone aumentar razonablemente el salario mínimo. Como si les hubieran rozado el trigémino, los republicanos –especialmente los ultra, representantes de los sectores más acaudalados del país- han anunciado su rotunda oposición. 
Esperemos que estas noticias sirvan para despertar a tantos adormecidos, a tantos impávidos, a tantos impasibles, a tantos silenciados, a tantos silenciosos. 
Está claro que estamos a la víspera de grandes cambios, de un nuevo orden mundial. 
Tomen buena nota los gobernantes de que a una mayoría de los ciudadanos les tiene sin cuidado la prima de riesgo y las fluctuaciones bursátiles. Lo cierto es que las desigualdades se incrementan en lugar de reducirse y que, al no producirse la evolución que sensata y serenamente debía tener lugar, corremos el riesgo de la revolución. 
Repito con frecuencia el preciso y precioso verso-advertencia de D. Antonio Machado: “Es de necio confundir valor y precio”. Fueron necios. Siguen siendo necios. Dejen de serlo porque, en otro caso, el precio humano, social y medioambiental de su actitud actual sería extraordinariamente elevado.



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