Si siempre hubo que agudizar el instinto para ganarse las habichuelas, con más motivo, en tiempos de crisis, donde nuestra capacidad de consumo escasea o, a veces, por desgracia, falta. Y así no tiene que sorprendernos que los dos recursos más socorridos que usan los ciudadanos para matar, nunca mejor dicho, el tiempo, son el paseo y la televisión – recientemente se aireó el tiempo medio que dedica el español a verla y dio la sorprendente cifra de 4 horas y tres minutos al día-. Yo, aunque paseo y quizás no tanto como debo, resisto el empuje televisivo y en mi tiempo libre leo, pues con razón decía Gracián que” es mejor el ocio bien empleado que el negocio, ya que sólo poseemos tiempo: lo tiene hasta quien no tiene nada”.
El paseo tiene dos vertientes: el paseo urbano como sería recorrer las calles de mi ciudad y sus lugares más típicos, o bien las sendas, que prudentemente han ejecutado nuestros políticos en previsión de nuestra envejecimiento – la media de edad de cada asturiano es de casi 47 años- y con la intención de inaugurarlo antes de las elecciones, en busca del ansiado voto. De ahí que yo rogaría que ahora que se debaten los presupuestos, éstos tengan una partida destinada a la sujeción de baldosas, pues es muy desagradable mojarse los calcetines al pisar una suelta, y que se adecenten las sendas. Que haya más o menos paseantes por una ciudad depende de la comodidad de la misma y no siempre de su orografía, o dicho de otro modo, hay ciudades para ser paseadas, que animan a pasear, y otros que no. Y este es el privilegio que tiene nuestra capital, Oviedo, que a pesar de ser conocida como la ciudad de las colinas, anima a ser visitada y paseada, siempre en todas las épocas, pero especialmente por Navidad y siempre que el tiempo lo permita, tal como he hecho este domingo, 29 de Diciembre, festividad de la Sagrada Familia., donde el sacerdote nos recuerda la importancia que tuvo y está teniendo la familia en la lucha contra el paro, la miseria, y nos recomienda a todos los fieles la necesidad de preservarla y proteger su intimidad, algo que no siempre se ha hecho, y basta para ello lamentar la ausencia de políticas de apoyo a la natalidad-no se garantiza el relevo generacional- y la escasez de medios concedidos a las familias numerosas, o familias con tres hijos o más..
Mi recorrido por las calles de Oviedo arranca desde la calle Pérez de la Sala donde se nos ofrece una vista imponente de la espectacular torre de la Catedral, casi colgada en el aire en una mañana fría y soleada, con un azul brillante. Al llegar a la calle del Rosal, es visita obligada el mercado del Fontán que en un domingo, como hoy, cambia las verduras, lechugas y demás productos de huerta, por enseres de viejo, antigüedades, textil , recambios de radio, electricidad, campanas pequeñas, o tenderetes de libros donde además de los sobrantes de grandes ediciones a precios asequibles, uno encuentra sorpresas como poemas y artículos de Pemán, Adelflor, Julio Camba, César González Ruano o el importante libro de “Notas para una monografía de Siero”, de Fausto Vigil entre otros y a unos precios altos que obligan al regateo. Después salida hacia la plaza de la Constitución o del Ayuntamiento y a través de la calle Cimadevilla hacía la Plaza de la Catdral donde la Asociación de Belenista, como viene siendo tradicional , nos muestras las novedades de la imagenería de Olot,- donde se demuestra que la patria del arte es el sentimiento transformado en belleza, en calidad, en sugerencia personal-, y a pesar del frío que los rayos del sol atenúan, la gente se aglutina para observar las particularidades de las figuras expuestas o el soberbio palacio de Herodes, personaje oportunamente recordado en los últimos días en muchos los medios de comunicación. Después Plaza Porlier, calle Argüelles y por último, Plaza Longoria Carvajal, donde el villancico se transforma a veces en bolero, en melodía caribeña, y todo gracias a un cantor ambulante, que apoyado en una farola y expuesto a los rayos del sol, para trabajar más calentito, va desgranando su repertorio mientras el público arroja su donativo a su raído sombrero. Por toda la calle Caveda se oye , con cierto tono operístico, esa bella canción que titula este artículo “Estoy tan enamorado de la negra Tomasa, que cuando se va de casa triste me pongo…”
Han pasado las horas y el martilleo de la “negra Tomasa” me lleva a escribir estas letras y a emborronar en papel las vivencias de una jornada, tranquila y al mismo tiempo bulliciosa, pero no exenta de artificio, de ensueños, con multitud de personajes y donde los protagonistas son José tirando del ronzal de su asno, acompañado de su esposa, María, y la negra Tomasa y mi pregunta es :¿Qué tiene que ver la negra Tomasa con la Sagrada Familia?.
Una posible respuesta la encuentro en el Evangelio de San Lucas, del día de hoy que dice: Ana, la hija de Fanuel daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.