Nuestras series de televisión siguen insistiendo en que la familia es la fuente de todos los horrores y de todos los errores. Según estos planteamientos, los fallos de nuestra condición humana vienen de lo aprendido en los hogares, porque allí nos habían quitado la libertad y nos habían convertido en conejillos amaestrados.
Pero tampoco conviene olvidar que también en nuestros tiempos existen familias desgraciadas. Y me refiero a esos divorcios interiores que viven algunos matrimonios, que parecen “muy unidos”. También cuando sólo se vive para multiplicar el egoísmo y el dinero. O cuando se “poseen” a los hijos. O cuando los hijos “dominan” a los padres.
Ya sé que no hay familias perfectas. Pero, el número de familias felices supera al de desgraciadas. En todas las familias hay problemas y dolores. Las familias felices son las que superan las tormentas, entre todos, con la paz, el perdón, el respeto y un poco de fe. Y ahí está el espejo de la familia de Nazaret, una familia con Dios al fondo, para aprender a multiplicar el cariño y el perdón entre si y con los que nos rodean.