En la Religión Católica el casamiento es sacramento que sólo se desata con la muerte, o con otras cosas que son más duras que la muerte misma.
“Los trabajos de Persiles y Segismunda”
(Novela bizantina de don
Miguel de Cervantes)
Por la Revelación (y la Palabra) conocemos que Dios es misericordioso; también lo sabemos por la razón natural, pues no es pensable un Dios que condene a las mismas creaturas que crea –eso lo escribe Kant al principio de su escatológico texto El fin de todas las cosas: “No es posible un sistema según el cual todos estarían destinados a ser condenados, ya que no habría modo de justificar por qué habían sido creados”. Y la Teología alumbra lo que es la Gracia, recibida de Dios en fondo y forma de donación, de don, o sea, gratuito. Jamás, jamás –como escribimos en la 4ª parte- la Misericordia puede ser un argumento débil.
La Misericordia, pues, ha de estar –tiene que estar- en la entraña de la Iglesia, hija de ÉL y signo de Salvación; todo lo ha de presidir, lo principal o dogmático y lo accesorio o jurídico; y con consecuencias “prácticas”, no sólo teoría para discursos, sermones, retiros o ejercicios espirituales. Y es muy discutible y opinable, mucho, la tajante afirmación de Juan Pablo II: “No es verdad que por ser más pastoral, el derecho deba ser menos jurídico” (Discurso de 18 de enero de 1990 a la Rota Romana con ocasión de la apertura del año judicial.
Dios, cuya esencia está en La Misericordia, sorprende en el Antiguo Testamento cuando se enfada; es como si dejase de ser “misericordioso”. Más aún, Dios enfadado parece (aparenta) un ser ridículo y absurdo. Dos ejemplos paradigmáticos de esto último que se encuentran en el del Antiguo Testamento: El primero, al principio del Pentateuco, en el Libro del Génesis, con ocasión del Diluvio, se lee: “…Le pesó a Yahveh haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón, y dijo: Voy a exterminar de sobre la haz del suelo de la tierra al hombre que he creado, desde el hombre hasta los ganados, las sierpes y hasta las aves del cielo porque me pesa haberlos hecho. Pero Noé hallo gracia a los ojos Yahveh…”. Tiene su gracia.
El segundo ejemplo está en el primero de los “libros sapienciales”, El Libro de Job –una de las obras maestras de la literatura universal- en el que Dios se pelea, enfada, alborota con un “satanás, que casi le “gana” la partida” (un satanás en minúscula, pues no es Satanás, el rival de Dios). Al desgraciado Job, Dios le riñe: “¿Quién denigra los designios de Dios por medio de discursos desprovistos de sentido? ¿Dónde estabas tú cuando yo fundé la tierra?”. Luego Dios explica a Job cómo creó el asno, el caballo, el hipopótamo y el cocodrilo. ¡Fascinante!
He de indicar que esos dos episodios de la Historia Sagrada, son esenciales en su trasfondo para el judaísmo, tal como resulta del Talmud, enseñanza y exégesis rabínicas. Los últimos textos sobre Job, leídos y sobre los que tengo noticias, son el libro La vida de Job de Pierre Assouline (2011) y el ensayo de Alexander Golberg, titulado The book of de Job, publicado en 2010 en el periódico The Guardian. Añadiré que los “enfados” de Cristo, en el Nuevo Testamento, son de otra naturaleza.
Precisamente por ser La Misericordia esencia de Dios, los sucesores de Pedro lo han reiterado (las citas sobre ello de todos los papas del siglo XX y de Benedicto XVI son innumerables), como igualmente innumerables son los lemas de los escudos episcopales que llevan la palabra Misericordia y las inscripciones funerarias en tumbas y lápidas --aquí debo hacer al lector partícipe de mi recuerdo a don Mauro Rubio Repullés, obispo que fue de Salamanca, siempre perdedor, y que tanto me enseñó, que, en su sepulcro, en la Catedral Vieja, pidió que se escribiera únicamente “Misericordia, Señor” y así consta.
A los efectos de fundamentar mi posición favorable a encontrar caminos para que los divorciados vueltos a casar puedan recibir la Eucaristía, partiendo de La Misericordia, es ahora interesante recordar “episodios” del Papa Francisco. El actual Obispo de Roma mantiene en su escudo el lema de su ordenación episcopal -en un latín “pampero”-: Miserando atque eligendo. La predicación del Santo Padre en la Misa dominical celebrada en la parroquia de Santa Ana del Vaticano, el domingo 17 de marzo de 2013 (fue elegido el día 13 miércoles), se centró en la Misericordia (el texto evangélico en aquel quinto domingo de Cuaresma, fue el de la mujer adultera en escritura de San Juan.
El Papa predicó en la homilía: “El mensaje de Jesús es la Misericordia”, y concluyó: Il Signore mai si stanca di perdonare. Pocos minutos después, en su primer Angelus, desde el ventanal del palacio Apostólico, ocurrió un hecho excepcional: referencia papal al libro del cardenal Kasper (emérito), titulado Misericordia, con cita de la siguiente frase: Sentire Misericordia cambia tutto. La nominación entonces del cardenal Kasper, ahora, en este momento, es trascendente, ya que el cardenal alemán mantiene sobre la cuestión de los divorciados vueltos a casar, una posición abierta frente a posiciones radicales y herméticas.
Si -tal como he reiterado en anteriores partes- soy ortodoxo en lo dogmático, por argumentos de no contradicción y de coherencia, no debo ni puedo defender la disolubilidad del matrimonio canónico; indisolubilidad, pues, que es sacramental, o sea, dogmática, desde los concilios de Florencia y de Trento. Por tanto, la vía para que los divorciados vueltos a casar, sin desgana y con muchas ganas de recibir la Eucaristía, la puedan recibir, ha de encontrarse en otro itinerario.
Confieso que lo mejor sobre la dogmática católica sobre los sacramentos lo aprendí de Karl Rahner (el mejor resumen está en su libro Grundkurs des Glaubens); ya en los finales años sesenta del siglo XX supe de Rahner por medio de un profesor mío, que estaba haciendo la tesis doctoral sobre Rahner y su teoría sacramental, viendo la revista Concilium sobre su mesa). Un Karl Rahner, jesuita que, según el libro recientemente publicado sobre el Papa Francisco de Caroline Pigozzi, periodista, y Henri Madelin, también jesuita, escribió (así figura en la página 187 del libro) Discurso de Ignacio de Loyola a los jesuitas de hoy (1978), en el que dice que es importante para los jesuitas en cualquier situación “hacer la unidad entre el servicio de obediencia y la distancia crítica hacia la autoridad de la Iglesia…”. Texto relevante teniendo en cuenta que el Papa actual es jesuita).
Karl Rahner explicó muy bien cómo los siete sacramentos están entrelazados, y escribió: “…siendo muy problemático metodológicamente considerar los siete sacramentos aisladamente”. Además, Rahner estudia y analiza conjuntamente dos sacramentos: el del orden sacerdotal y el del matrimonio, bajo la rúbrica Los sacramentos de los estados de vida. En la línea décima, después de la rúbrica, Rahner añade: “la visibilidad sacramental del acto por el que Dios, de manera decisiva, llama al hombre a asumir una función decisiva en su historia universal, y también en relación a su historia de salvación, eso son los sacramentos del orden y del matrimonio.
Esa vinculación particularmente estrecha -reitero la vinculación general entre los siete sacramentos- ha de tener consecuencias importantes. Si desde la Eclesiología y el Derecho Canónico se ha dado solución a los ordenados que no pueden seguir manteniendo su “estado de vida” sacerdotal, desde la Eclesiología y el Derecho Canónico ha de darse solución a quienes, disuelto el matrimonio por la vía civil y vueltos a casar, quieren participar en la Eucaristía, que es otro sacramento y que es más, el más importante de entre los siete, que ha de ir precedido a su vez de otro sacramento: el de la penitencia o reconciliación.
Y esa solución, manteniendo la indisolubilidad del matrimonio canónico -lo repito- ha de partir de un presupuesto: la validez en la recepción del acto sacramental, del orden sacerdotal y el matrimonio, pues son muy diferentes los conceptos de validez sacramental y de nulidad. Pretender como ocurre actualmente resolver problemas del “estado de vida matrimonial” manipulando el concepto de nulidad matrimonial es una barbaridad jurídica, un engendro. Eso mismo sería pretender resolver la “perdida del estado clerical” por la vía de las nulidades en la sagrada ordenación. Y eso es una barbaridad, tanto ad intra (dentro de la comunidad eclesial) como ad extra (eficacia civil de las sentencias eclesiásticas por disposición de Concordato).
Pregunto: ¿Qué pasa si de conformidad con el número 3 del artículo 290 del Código de Derecho Canónico un ordenado in sacris pierde el estado clerical? Respondo: que sigue ordenado, que puede casarse canónicamente, que los hijos son matrimoniales y no sacrílegos, y que puede recibir la Eucaristía.
Se continuará próximamente en una 6ª parte tratando de profundizar en lo apuntado en los últimos párrafos, concluyendo con una referencia al clericalismo autoritario, que tal parece que la Misericordia no es igual para los clérigos que para los laicos. Y aquí surge un tema trascendente: Clerecía y Poder.
Un otrosí de Teología política:
Digo que he visto y vuelto a ver con reiteración el vídeo del discurso -no leído- del Papa a los obispos italianos desde el imponente Altar de la Confesión, en la Basílica vaticana. Sería muy interesante que los obispos italianos –muchos y demasiados-, junto con los monseñores italianos de la Curia, pensaran en deslindar o separar con filo de cuchillas su ministerio episcopal y la criminalidad organizada (la napolitana, la siciliana y la otra y las otras). Ahora tienen suerte, pues el Presidente de la Conferencia episcopal italiana (CEI), es el cardenal Bagnasco, que también es General de las Fuerzas Armadas, las italianas. Y el cardenal Bagnasco, de manera muy pía y beatífica, dijo al Papa que “le aseguraba el apoyo de nuestras plegarias, nuestro afecto y nuestro servicio ministerial”. Y todos aplaudieron, y al Papa se le vió ni nervioso ni tranquilo.
¡Felices Pascuas!
(Los cuatro artículos anteriores sobre esta temática se pueden consultar en RELIGIÓN DIGITAL o en LAS MIL CARAS DE MI CIUDAD).