Tal vez al ser hombre arremolinado y hecho al viejo uso, entienda mal el parto de una mujer.
El dolor, las angustias y los miedos hendidos en la carne macerada solamente las pueda entender en su dimensión íntima quien los padece. En esa envoltura, el macho es solamente el pasmo ante la llegada de una nueva vida.
Sabemos poco o nada de lo que hoy escribimos: no he sido padre nunca, ni tampoco puedo decir como Andrés Eloy Blanco: “Cuando se tiene un hijo, se tienen todos los hijos de la tierra”. No obstante intento comprender en lo posible la nacencia.
La vida comienza desde el momento en que el óvulo y el espermatozoide se unen. De esa fusión surge un ser humano con todos sus derechos, de acuerdo con la moral de los creyentes en una fe.
Los acuerdos no son unánimes. Jamás lo serán. Ahora mismo, ante la nueva ley del aborto presentada en el país, las opiniones, plenas de argumentos de una y otra parte, están nuevamente enfrentadas. El tema es espinoso al entrar en él la moral. Las mujeres, expresan sectores femeninos, tienen derecho a decidir sobre su cuerpo. Otros no lo ven de ese manera cuando se trata de finiquitar un embarazo.
La decisión de la reforma fue, en opinión de una parte : “Victoria que dejará huella”; otro grupo señala lo contrario: “Día amargo, triste y doloroso para la libertad femenina”.
En ningún tiempo llueve a gusto de todos. Ha sido Emile Durkheim quien nos ha dicho, cuando de creencias, costumbres, y valoresse trata, lo siguiente: “La moral no es una geometría; no es un sistema de verdades abstractas que se puedan derivar de alguna noción fundamental sentada como evidente. Pertenece al orden de la vida, no al de la especulación.”
Sobre la cognición ética se podría estar hablando hasta la eternidad, no olvidando en principio que toda ella debería tener como base la felicidad.
Los grupos antiabortistas mantienen sus argumentos: “El aborto tiene como único objeto acabar con una vida”. Los en desacuerdo: “Toda mujer es dueña de su cuerpo”.
Y en la mitad del medio, la existencia y sus tremendas incertidumbres saliendo a nuestro encuentro.
Existen abrojos hirientes y punzantes, otros casi angelicales y brumosos, pero un embarazo es la mayor sinfonía de la vida, el canto matutino de la esperanza, la verdadera muestra de que Dios está aquí, como guardián de un portento que Él, con todo su inmenso poder, no podría jamás engendrar.
La maternidad es el único tesoro que la mujer hace suyo, y aunque alguna vez la carne azulada en el útero llega de la mano de la pasión, no del amor o deseo compartido, las palabras se hacen un nudo en la garganta cuando uno se enfrenta a un recién nacido, esplendor de todo lo creado.