José se enderezó sobre el banco de carpintero y ahuecó los pulmones. Cansaba aquella postura, inclinado siempre. Se pasó la mano por la cabeza y se quedó pensativo, ¿Cómo podía ser que María estaba embarazada?. Al principio tampoco el lo creía, pero los signos de la maternidad llegaron a ser evidentes, y llegó el desconcierto y las ganas de huir.
Aquella noche María guardó silencio de su embarazo, eso parecen decirnos los evangelios, pues el asunto era delicado.. Además, ¿qué pruebas podía aportar María a aquel misterio que llenaba su seno sin intervención de varón?. Como en otras ocasiones se calló y esperó.
"Entre sueños abre Dios a los hombres los oídos, y los instruye y corrige, dice el libro de Job. Y así un ángel en sueños informa a José: "No temas llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo". Y el misterio se aclara con un nuevo misterio.
Pero, apenas llegó el día a María le bastó ver su cara, para comprender que Dios había hablado con José, igual que lo había hecho con su prima Isabel. Ahora todo cuadraba. Y nunca hubo dos novios más felices que María y José paseando aquella mañana bajo el sol. Dios quiere estar con los hombres. Y aquí el verbo se ha hecho carne.