El juez Castro debe ser apartado del caso Noos

 

Es normal que entre el juez y el fiscal, al tratarse de sujetos institucionales, medie una cierta complicidad. También es normal que se dé cierta tendencia del juez a subrogarse en posiciones propias del fiscal.

Pero lo que parece meridianamente claro es que el imperativo de la imparcialidad veda el juez penal toda posibilidad de subrogarse en el cometido de la acusación. La imparcialidad tiene su complemento necesario en la posición ideal de pasividad del juez.

Según Calamandrei, la imparcialidad es la resistencia a todas las seducciones del sentimiento, es la serena indiferencia casi sacerdotal.

La función judicial debe ser ejercida estáticamente, sin impaciencia, sin curiosidad, porque la imparcialidad reclama en el juez inercia como garantía de equilibrio, donde actuar significa tomar partido.

Los jueces, además, deben preservar su imparcialidad absteniéndose de toda explotación personal de eventuales relaciones con los periodistas.

Es innegable que los jueces, como seres humanos, son complejos y no sólo albergan sentimientos de compasión, sino también de temor, desprecio, repugnancia e incluso ira y odio.

Pero el poder judicial es el único que carece de legitimidad democrática, y, por ello, debe ganar día a día con sus actuaciones, esa legalidad que no posee en origen.

El fiscal del caso Noos acusa al juez Castro de adoptar “diligencias innecesarias”, provocando dilaciones “inconvenientes”, con indagaciones patrimoniales “irrelevantes” y “contradictorias”, recordándole que “Es un principio básico del Derecho Penal que no se puede imputar ni castigar a nadie por lo que es, sino por lo que ha hecho” y que “En un Estado de Derecho, ante circunstancias idénticas la respuesta judicial debe ser idéntica” y, todo ello, en el marco de su desmedido afán de imputar a la Infanta.

Si esto es así, es claro que el juez Castro perdió la imparcialidad y, por tanto, debe ser apartado de inmediato de este caso.

Siempre nos dio la sensación de que el juez Castro quería culminar su vida profesional (está próximo a cumplir la edad de jubilación forzosa) poniéndole la guinda de ser el primero que imputa a un miembro de la familia real. Y, para ello, por lo que denuncia el fiscal, no repara en utilizar todo tipo de estratagemas, aún las impropias de un juez imparcial, jaleado por los medios de comunicación y por los programas televisivos de destrucción social masiva.

Cuidado, cuando se pierde el norte, se puede pasar de cazador a presa, y en tal estado, quizá convenga repasar a los clásicos, leer sus recomendaciones y reflexionar sobre ellas antes de caer al vacío.

Decía Muratori, que el juez debe desnudarse de todo deseo, amor y odio, temor o esperanza y ha de sondear el corazón para ver si oculta en él algún impulso secreto de desear y de hallar mejores y más fuertes las razones de una parte que de la otra.

Calamandrei recomendaba que el juez debe ser sereno e imparcial como el científico en su gabinete de trabajo.

Por último, Meyer aconsejaba que quien como el juez sostiene la balanza, no puede moverse de su puesto sin que ésta se incline para un lado.

Esperemos que la Infanta no tenga que impetrar el auxilio divino, porque como dice la máxima, cuando se tiene al juez como fiscal, se necesita a Dios como defensor.



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