¡Qué discurso! Mi admiración por el Presidente Barack Obama va en aumento. En El Cairo, Newtown, al principio de su segundo mandato, el 10 de diciembre en Johannesburgo… el Presidente Obama ha dado auténticas lecciones de política y humanismo, iniciando el camino para los cambios radicales que los efectos del neoliberalismo reclaman a gritos en muchas partes del mundo.
En lugar de confrontación con el islam, encuentro; en lugar de ilimitada codicia con China, nuevas puertas de relaciones en “el Pacífico”; y atención médica a los ciudadanos norteamericanos más desposeídos; y reducción de las inversiones bélicas y militares; e incorporación de millones de inmigrantes que estaban sin regularizar; y, sobre todo, en lugar de altanería, cercanía…
E aquí algunos párrafos de su inspirador discurso en homenaje a Nelson Mandela:
“Es muy difícil hacer la apología de alguien, ser capaces de describir no sólo los hechos y las fechas que han sido hitos de una vida, sino la verdad esencial de cada persona, las cualidades específicas que iluminan el espíritus de cada uno… Por ello, cuánto más difícil es intentar lograrlo para un gigante de la historia que fue capaz de conducir a una nación hacia la justicia y que, en este proceso, movilizó a miles de millones de ciudadanos de todo el mundo.
Madiba emerge como el último gran libertador del siglo XX. Como Ghandi, lideró un movimiento de resistencia que, al principio, parecía tener muy pocas probabilidades de éxito. Como el Dr. King, dio una voz potente a las peticiones de los oprimidos y a la necesidad moral de la justicia racial.
Al salir de la presión, sin la fuerza de las armas, logró –como Abraham Lincoln- mantener su país unido cuando existía la amenaza de dividirse profundamente.
Fue capaz de conquistar un lugar prominente en la historia a través de la lucha, la perseverancia y la fe. Nos ha indicado lo que es posible alcanzar no sólo en las páginas de los libros de historia sino en nuestras propias vidas.
Mandela nos mostró el poder de la acción; de arriesgarse en favor de nuestros ideales.
“He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He mantenido vivo mi ideal de una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas viven juntas en armonía y con iguales oportunidades. Es un ideal por el que yo vivo y espero conseguir. Por si fuera necesario, es por este ideal por el que estoy preparado para morir”.
Es cierto que Mandela nos mostró el poder de la acción, pero también el poder de las ideas; la importancia de la razón y de los argumentos; la necesidad de estudiar conjuntamente no sólo con los que se está de acuerdo sino con los que se discrepa.
Y, finalmente, Mandela comprendió los lazos que unen el espíritu humano. Hay una palabra en Sudáfrica –Ubuntu- que representa muy bien el mayor don de Mandela: el reconocimiento de que todos estamos unidos y relacionados de una manera que es invisible a los ojos; de que existe una unidad en la humanidad; de que podemos realizarnos compartiendo con los demás y cuidando a todos los que viven en nuestro entorno.
Fue necesario un hombre de la talla de Mandela para que se liberara no sólo al prisionero sino al carcelero también, para que se demostrara que se debe confiar en los demás si quieres que confíen en ti; que en la reconciliación no se trata de ignorar el pasado cruel sino de confrontarlo con inclusión, generosidad y verdad. Mandela cambió leyes pero, sobre todo, cambió corazones.
Su recuerdo debe inducirnos a hallar tiempo para la reflexión personal. Con honestidad, sea cual sea nuestra identidad o circunstancia, debemos preguntarnos: ¿en qué medida he aplicado sus lecciones en mi propia vida? Esta es la cuestión que me hago a mí mismo, tanto como persona como Presidente.
En todo el mundo vemos hoy niños que sufren hambre y enfermedades. Vemos escuelas decrépitas. Vemos a jóvenes sin perspectivas de futuro. Alrededor del mundo hombres y mujeres se hallan todavía prisioneros de sus creencias políticas, son perseguidos por su aspecto, su forma de amar, su forma de hacer… Esto está pasando actualmente.
Por ello nosotros también debemos actuar en nombre de la justicia. Nosotros, también, debemos actuar en nombre de la paz. Hay todavía demasiadas personas que aprecian el legado de Madiba para la reconciliación racial, pero que resisten apasionadamente incluso modestas reformas que podrían hacer frente a la pobreza crónica y a las desigualdades crecientes. Hay demasiados líderes que proclaman solidaridad con la lucha de Madiba por la libertad, pero que no toleran disentimientos en sus propios ciudadanos. Y hay demasiados de nosotros aposentados, silenciosos, cuando nuestras voces deberían ser oídas.
Las cuestiones que hoy enfrentamos –cómo promover igualdad y justicia; cómo generalizar la libertad y el respeto a los derechos humanos; cómo terminar los conflictos y las guerras sectarias- no tienen fáciles respuestas. Pero tampoco eran fáciles las respuestas que tenía delante de sí aquel niño nacido durante la primera guerra mundial. Nelson Mandela nos recuerda que todo parece imposible hasta que se convierte en realidad. África del Sur demuestra que es verdad, demuestra que podemos cambiar, que podemos elegir un mundo no definido por nuestras diferencias sino por nuestras esperanzas comunes. Podemos elegir un mundo definido no por el conflicto sino por la paz, la justicia y la oportunidad.
Déjenme que diga a los jóvenes de África y a los de todo el mundo que pueden conseguir, ellos también, que la vida de Mandela se refleja en su propia vida”.
Y el Presidente Obama finalizó su discurso con la referencia a una de las frases más célebres de Madiba cuando estaba en la cárcel: “No importa cuán estrecha sea la puerta, ni cuántos sean los castigos, porque yo soy el dueño de mi destino, el capitán de mi alma”.
Gracias Madiba, gracias Presidente Obama por destacar lúcidamente los aspectos más relevantes de su legado. Con ocasión de de este gran discurso se han hecho múltiples comentarios totalmente intrascendentes –relacionados, por ejemplo, con una fotografía auto-realizada por una tan alegre como inoportuna Primer Ministra nórdica… o la inverosímil presencia de un intérprete para sordos que se había “colado” hábilmente, desprestigiando a los sistemas de seguridad…- y es que son muchísimos todavía, tanto ellos como los medios de comunicación que les sirven los que prefieren que las lecciones de ambos pasen inadvertidas. Mandela fue “capitán de su alma”.
Que su ejemplo nos ayude a serlo de la nuestra.