Detroit había tenido en su época primeriza el aire de una urbe francesa y un nombre evocador: “Citat d'Etroit”, Ciudad del Estrecho o París del Oeste. Enclavada en el estado de Michigan, su leyenda de territorio inmensurable levantado a orilla de los Grandes Lagos, fue sinónimo de futuro en un paisaje natural inundado de maravillas.
Hoy da tristeza verla, y las noticias anunciadas no son nada halagüeñas: Detroit ha sido declarada en bancarrota pública, y no hay en las arcas del ayuntamiento dinero ni para comprar un almuerzo o limpiar una calle. Docenas de edificios, algunos simbólicos y majestuosos, están devastados.
La suspensión de sus pagos, un hecho histórico en EE.UU., afecta los sueldos y pensiones de los funcionarios. La ciudad – y no es una simple expresión – está prácticamente en coma, con la agravante de no disponer de un equipo médico dispuesto a socorrerla o darle respiración artificial.
El alcalde se lamenta con la mirada aguada escuchando las palabras del magistrado que firmó su quiebra al no hallarse otra salida: “Esta ciudad, que una vez fue orgullosa y próspera, no puede pagar sus deudas”.
La capital mundial de los autos, la mimada de incontables películas de Hollywood, protagonista de novelas inolvidables en las que los autos fueron personajes, ahora no cuenta ni con un mal guionista que pueda explicar su hundimiento.
Habiendo sido Detroit sitial de las llamadas “Big Three”, las tres grandes compañías automovilísticas - General Motos, Ford y Chrysler -, ahora mismo nadie daría un centavo de dólar por sus hendidos huesos.
¿Qué será del famoso mural de Diego Rivera, encargo de Henry Ford? Algunas instituciones han tenido la idea bárbara de subastarlo y así pagar deudas y salvar, si ello es posible, la ciudad.
En medio de la anarquía hendida de desasosiego, algo pervive triste y creciendo en una total dejadez: miles de perros vagabundos merodeando sus calles y viviendas deshabitadas.
A la par, en medio del aire atiborrado de inmundicias, una armonía electrónica con sonido estridente que ha calando hondo en la ciudad medio desértica, mantiene un anhelo que estremece.
El llamado retumbo “techno” nació a finales de los años 70 y pronto se hizo popular en todo Estados Unidos. Hoy sigue sonado envuelto en pesadumbre al faltar del fragor de los autos, las pesadas máquinas que forjaban enormes planchas, tubos y calderas cuyo vapor poseía la lejana envoltura de una niebla cuajada bajando de los Grandes Lagos.
Todavía, aún con la apesadumbrado quiebra y el futuro incierto, en Detroit se seguirá escuchando la resonancia rítmica y mecánica de Kevin Saunderson y Derrick May.
¿Y el poeta del Cass Corrido? Se llamaba Sixto Rodríguez y es seguro que siga envuelto en bruma matinal mientras camina al encuentro de mariposas y hojas de olmos perpetuando a su amada Detroit en los campos de Michigan.
Las ciudades no son seres humanos, pueden resucitar y seguir viviendo en el viento de la inmortalidad.