No puedo sustraerme al drama que encierran los cajeros. A diario, cual penitencia inmisericorde, soy testigo de la triste vida que padecen quienes los usan como morada improvisada a la espera, unos, de que lleguen mejores tiempos y, otros, sin ninguna esperanza.
Hoy, sobrepasado el primero de los que me encuentro en mi recorrido habitual, mi conciencia me obligó –repito, me obligó- a retornar sobre mis pasos y entregar un donativo a la señora que lo habita.
Pude constatar en vivo y en directo las condiciones de vida de la señora en cuestión y, créanme, son muy duras.
¿Alguno de nosotros sería capaz de conciliar el sueño tumbado directamente en el suelo, con una temperatura de diez grados, con ocho potentes focos sobre la cabeza y a la vista de todo el mundo?
Que levante la mano.
Vengo reflexionando desde hace días sobre este abrumador problema y creo que quienes disfrutamos de la suerte de tener la vida resuelta –también hemos hecho algún esfuerzo para ello- debemos intentar articular los medios necesarios –cada uno los que estén a su alcance- para que personas desfavorecidas por la fortuna que se han visto azotadas por la crisis y no tienen más remedio que vivir en la calle, cuenten con algún lugar al que acudir para cubrir las necesidades vitales mínimas de cualquier ser humano: ducharse, lavar la ropa, tomar un café caliente y un bocadillo.
En una ciudad de tipo medio como Oviedo con un nivel de vida aceptable, instalar dos o tres dispositivos de esta naturaleza, ubicados estratégicamente, para atender a los más necesitados -al margen de los que ya existen, que cubren otro tipo de necesidades- nadie lo entendería como un dispendio excesivo.
Es en estos momentos duros cuando se valora la calidad humana de los gobernantes y su receptividad a los problemas sociales y humanos de la ciudadanía.
Mientras una parte de nuestra sociedad está luchando por los derechos humanos de tercera generación –derecho a una alimentación sana y saludable y a un medio ambiente exento de contaminación-, otra parte cada vez más numerosa de nuestros conciudadanos han retornado a los tiempos de la posguerra y luchan a diario por los derechos humanos de primera generación: comer, sobrevivir.
Conozco la sensibilidad y el sentido común y político de nuestro Alcalde. Finalizadas estas líneas, me propongo dirigirle una carta instándole a poner en práctica las medidas aludidas u otras similares, recordándole que, como decía Abraham Lincoln, “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y, sobre todo, para el pueblo”.
Quedamos a la espera de los resultados.