El pequeño planeta azul nunca pudo conocer la historia de la humanidad completa, y debido a ese fundamento nuestra existencia se halla colmada de vacíos.
Hace días, en la Sima de los Huesos, yacimiento burgalés de Atapuerca, los antropólogos han descubierto el ADN del, tal vez, homínido más antiguo: 400.000 años. ¿Es ese fémur fósil un antepasado nuestro? Se ignora. En aquel tiempo o mucho antes existían dinosovanos en Siberia y neandertales caminando Eurasia, y aún así no aparece nada concreto del “homo sapiens”, llamado igualmente de Cro-Magnon.
Debido a una indescifrable causa, la humanidad ha nacido con mala levadura. Trascurrieron millones de décadas de evolución y nuestros errores y miedos perpetúan los mismos senderos surgidos el día en que nació la primera ameba en una sopa de aminoácidos.
Desde entonces, nadie puede contar íntegramente la verdad de sus dudas y aprensiones.
Issac Bashevis Singer escribe que los hechos cotidianos superan el poder de la literatura, mientras George Steiner sigue buscando la causa lógica de la calamidad, los miedos, la razón, el ateismo, la ciencia y la religión.
Una tribu del desierto de Mesopotamia, tutelada por un mortal de nombre Abraham, partió de Sumer con su familia, sirvientes y rebaños, cambiando, en menos de dos generaciones, la forma de pensar de todos nosotros al concebir un Dios único.
Basados en esa tradición, ilógica la mayoría de las veces, si alguien deseara trazar la realidad del hombre debería ir al encuentro de esos resecos surcos.
Toda piedra, retorcida viña, guijarro pulido por los vientos, capitel, ánfora, mosaico o unas simples sandalias de cuero dicen siempre más que cualquier tratado, epístola o rollos de Qumrán.
Jamás millones de almas en el Universo – si el cielo protector está poblado - han padecido tanto, y lo siguen haciendo iracundamente. Dios o el suspiro del aliento que mora en el Cosmos, no jugará a los dados con nosotros, pero sus reglas son engañosas y traicioneras. De una forma u otra hay trampa.
Nadie le gana al destino. Este concibió la Cábala y sus enredos esoteristas y azuzó a zarpazos cada brizna de nuestra desgarrada angustia.
Creo sólidamente en la existencia de un Dios o viento misericordioso, y a su vez amaceno dudas y aprensiones. Tal vez esos ramalazos sean un accidente cósmico y tanto desconsuelo del “homo sapiens” no tenga raciocinio. Aún así sentimos que nos cobija el sonido de la música, las matemáticas, la literatura, el ajedrez, los poemas, el amor, la lluvia y océanos, las sonrisas de los niños, el deporte y la bondad intrínseca morando en cada uno de nosotros.
Al final nada está perdido.
Cadavida adeuda la equivocación de un gran absurdo, y esa subyugante realidad, el sufrimiento, es causa de una brutal bofetada del destino.
El ginebrino Amiel escribe en su diario: “El destino tiene dos maneras de herirnos: negándose a nuestros deseos o cumpliéndolos”.