La verdad es que mis expectativas a raíz de los titulares de la cuestión se han visto defraudadas, pero ya se lo contaré, vayamos ahora a lo fundamental.
Asturies tiene un enorme problema de faz doble: envejecimiento y falta de nacimientos. Si ustedes quieren, además, el problema es mayor: cada vez más jóvenes en edad de producir y reproducirse marchan fuera. Con un símil nuestro: somos cada vez más una manzana de esas que van quedando en el hórreo al avanzar la primavera: si bien mantienen la forma, se han llenado de arrugas y contraído, su interior ha perdido casi todas sus sustancias y su jugosidad. En números: las previsiones son que perderemos en una década, 67.089 habitantes, el equivalente a la población que suman hoy los concejos de Siero y Llanera. Además, en 2023, el 45,9% de asturianos superará los 64 años y solo cuatro de cada diez estarán en edad de trabajar. Por otra parte, estamos a la cola de toda Europa en nacimientos.
No viene de ahora, hace ya décadas que nuestra tierra se encuentra en esa senda. Las causas son variadas. Hay una de tendencia general: en las sociedades de occidente la gente propende a tener menos hijos, la familia a reducirse. A ello coadyuva la incorporación de la mujer al trabajo en los últimos años. Ahora bien, ello no explica por qué nosotros poseemos los hitos más notables en evolución demográfica negativa.
La primera de las razones es de tipo económico y social. Esos datos reflejan la constatación de un total fracaso económico y social, el de estos últimos treinta años. Asturies ha venido recibiendo en estas tres décadas pasadas enormes inversiones del Estado y de España, en políticas económicas (incentivos, reconversiones), en infraestructuras, en políticas sociales (pensiones, prejubilaciones). Sin embargo, ninguno de estos vectores ha impedido que nuestra estructura económica siga siendo poco efectiva, pequeña y, cada vez, más distanciada de la del conjunto de España; de escaso dinamismo. Durante estas tres décadas las grandes actuaciones en materia económica han venido guiadas más a conservar lo que se tenía (y, muchas veces, a conservar lo que era imposible de conservar) que a crear futuro; a dilatar lo inevitable que a abrirse a lo nuevo; a apoyar y cuidar aquellos sectores que garantizan el voto a los partidos que a los atisbos de economía emergente. Todo ello, además, se ha adobado con un generalizado discurso social arcaico y conservador, cuya componente más notable es lo que he denominado «la mentalidad de economato», discurso que, en cuanto tal, nos aísla de España y de Europa, diagnostica erróneamente el pasado, y propone para el futuro soluciones ficticias o inviables. Y ello, igual en las sedicentes derecha e izquierda.
Por otra parte, Asturies ha sido víctima del conservadurismo entre ventajista y neurótico de la izquierda asturiana: cuantas medidas se han propuesto en la Xunta Xeneral para aliviar las cargas familiares han sido rechazadas, fundamentalmente porque para el bloque social dominante en esas mentalidades todo lo relativo a la familia y al apoyo a la familia sigue sonando a «puntos» y franquismo. Ello, naturalmente, contrasta con las medidas que en otras autonomías llevan efectuándose hace tiempo. ¡Ah, si esta gente hubiese puesto, al menos, la mitad de entusiasmo en la familia reproductiva que en la que no tiene esa posibilidad!
Y, por otro lado, y pese al discurso de apoyo a la mujer trabajadora y a la conciliación de la vida familiar con los hijos, si ustedes bajan a la realidad, descubrirán que, en la práctica, todo es un cuento chino. Un solo ejemplo, para matricular a un niño en infantil hace falta perder cinco días (cinco) de trabajo. Las becas de comedor y las plazas se dan antes a quienes están en paro o no han tenido nunca que a quienes lo tienen, dificultando así el empleo. Y un largo etcétera.
Naturalmente, la traducción individual de todo ello es la tentación al pesimismo, la desconfianza en el futuro y, como consecuencia, la invitación a no tener descendencia y a emigrar.
Y ahora mi desilusión, que arriba les anunciaba. De las palabras del Gobierno a lo largo de meses, «El Principado reclamará un gran pacto contra la crisis demográfica», «España puede convertirse en un enorme geriátrico si no se toman medidas», «El Principado y Castilla-León acuerdan favorecer la dinamización demográfica» deducía yo, iluso de mí, que se iban a rectificar las políticas antinacimientos que hasta ahora, de facto, ha llevado a cabo la izquierda asturiana. Es más, del entusiasmo de las palabras (las «medidas», la «dinamización demográfica») colegía que tal vez, para excitarnos al gozoso pecado previo a la fertilidad, nos iban a incitar con una programación especial en la radio y la televisión asturiana; incluso, llegaba a imaginar que, para dar ejemplo, los más fogosos o expertos de entre nuestros diputados y diputadas, tal vez con el auxilio de ediles municipales de ambos sexos, participarían en un reality cuyo atractivo sería la competición por favorecer la tan cacareada «dinamización demográfica».
¡Oh desilusión! ¡Menudo chasco! El objetivo de tanta polvareda es únicamente conseguir de los presupuestos españoles y europeos más dinero para compensar a las poblaciones con más viejos y con evolución demográfica negativa. ¡Solo la pasta! Como premio a las políticas erróneas de tantas décadas y a fin de seguir haciéndolo igual en el futuro. No para que nos lleven a una sociedad más moderna, más ágil, más joven, más rica; sino para seguir siendo cada vez menos, más viejos, más pobres, más tristes, con menos futuro. Pero, eso sí, más subvencionados y más premiados por nuestros pecados (políticos).