Nelson Mandela

Hay hombres que se alzan  sobre los intrínsecos valores de la raza humana convirtiéndose en una  antorcha en apoyo de los deprimidos, míseros e inmolados de la tierra. Un hombre cuya negritud  le hacía  ser  culpable sin causa  de   los errores  en una nación  gobernada mezquinamente  por un grupo segregacionista.  

En Sudáfrica, un negro representaba un linaje malévolo sin derechos ni palabras

 

Ese hombre-león, espíritu indómito, se llama Nelson Mandela y acaba de morir  a los 95 años.  Su deceso es la noticia más importante en los medios de comunicación del planeta. Docenas de países han declarado duelo nacional.

 

“Madiba”, el abuelo, descansa en paz y su recuerdo perenne seguirá siendo la luz  de la ilusión en el espíritu   de millones de oprimidos que en cualquier lugar del planeta necesiten  ser redimidos.

 

Mandela estuvo 27 años encerrado en una reducida celda como si fuera animal salvaje, y allí el desprecio, la soledad, los castigos y los intentos de doblegarlo, no le hicieron mella. Siempre se enfrentó a la cruenta batalla que el destino injusto le había colocado. Le llamaban rata. No  lo fue jamás.  Personificaba un tigre venido de los pastizales de su niñez deprimida. Siempre se levantó ante las caídas, jamás se doblegó. Como el poema,  tenía tres heridas: la de la vida, la de la sangre y la de la muerte.  Esas llagas le convirtieron en un símbolo invicto. 

 

El 2 de febrero de 1990 – tras una lucha internacional - el entonces presidente F. W. De Klerk anunció la liberación incondicional de Mandela. Pocos días después, el 11 de febrero, las cámaras de televisión  captaron las primeras imágenes del líder sudafricano en libertad.  Millones de personas lanzaron un canto de alegría.

 

Hay otra fecha regocijante en la vida  de quien hizo añicos el apartheid con otros valientes camaradas: 10 de  octubre de 1994, día en que fue proclamado presidente electo de Sudáfrica.

 

Los “afrikáners” representaron el poder cruel  de los bastardos. Quien mejor reflejó esa palabra y lo pérfido que representaba, fue el reconocido escritor ––“Poemas del Alma”--  Breyten Breytenbach, miembro blanco del  Congreso Nacional Africano:

 

“Nosotros (afrikáners),  somos un pueblo de bastardos. Así pues, es hermoso y bueno que… al igual que todos los bastardos que no están seguros de su identidad, también nosotros empezamos a adherirnos  al concepto de “pureza”. Eso es el apartheid. El apartheid es la ley del bastardo”.

 

Brutales,  y aún así, certeras palabras.

 

En 1992, Nelson Mandela y el entonces presidente de Sudáfrica Frederick W. de Klerk,  fueron galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Klerk no pudo venir a recibir el reconocimiento, lo hizo Mandela. Pronunció un emotivo corto discurso ante un joven príncipe Felipe de Borbón. 

 

Ahora, algunas de sus palabras pronunciadas en el Teatro Campoamor, merecen ser recordadas  con aprecio y admiración, ya que la situación de la mitad de la humanidad – subrayando el continente de la negritud -  sigue estando tal precaria como hace 21 años atrás.

 

“La situación de muchas partes del continente africano no puede describirse más que como calamitosa. El espectro del hambre, la inanición, la violencia y las enfermedades como el sida, se cierne sobre nosotros en un momento en el que, la ciencia y la moderna tecnología alcanzan las alturas de mayor logro…”

 

“… La inmensa desigualdad de nuestro planeta es peligrosa, injusta y desestabilizadora de igual manera que las desigualdades dentro de un país. El debate Norte-Sur debe renovarse, y las estructuras internacionales de cooperación se deben reforzar”.

 

 “Debemos (…) rendir nuestro tributo a la comunidad internacional por su contribución a la lucha contra el racismo y el apartheid y, especialmente, por los sacrificios realizados en muchos países de África”.

 

 A Nelson Mandela se le debe recordar con asombro.  Tal vez la más importante sea su concepción humanística: ha sido un ser  bueno, valiente, comprometido con su deber, de una capacidad  de servir insuperable.  

 

Sin duda, será el hombre más valorado de  los últimos dos siglos.



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