El mal que no cesa

Se ha celebrado el Día Mundial dedicado al Sida, un malévolo recorriendo la sangre atrapado  en el pasado siglo  que sigue arrasando con pujanza telúrica en la actualidad.

La comunidad internacional  había  elegido al principio de la epidemia un lema que fue  a su vez advertencia: “No le des la espalda al sida. Haz tu promesa”. 

 

Los eslogan cambian cada año, no obstante,  ese fue certero.

 

La intención estaba fundada en  que todo el mundo tuviera la oportunidad de implicarse en la lucha contra tan  perversa carnicería,  de alzar sus voces y formar parte de un movimiento global que sigue sin creer que se esté haciendo todo lo posible para ayudar a los más de 60 millones de afectados en el mundo, la mitad en el continente africano.

 

Al final del presente año 2013 se puede decir que es fácil prevenir la transmisión de la enfermedad y los tratamientos contra ella son cada vez más asequibles.

 

El problema  es global, nos debe de importar, de una manera u otra, a cada uno de nosotros. Nadie puede ser ajeno  a un escarnio   que arrasa vidas como la “peste negra” del medioevo.

 

Cada país no debe ser   extraño al resurgir de los comportamientos de riesgo entre los varones homosexuales en sus ciudades.

 

Los expertos llevan tiempo preocupados por los brotes de enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis y la gonorrea, un indicativo de que el colectivo homo/bisexual podría estar bajando la guardia, y eso sería uno de los más graves errores y una irresponsabilidad pavorosa.

 

Los investigadores médicos están poniendo de  manifiesto cómo se ha visto interrumpida en los últimos años la tendencia decreciente que estaban experimentando los  procesos infecciosos.

 

La incidencia de sífilis y gonorrea mostró una curva en descenso hasta 2001,  y a partir de ahí,  se constató que un porcentaje cada vez mayor de nuevos casos se producía en varones homosexuales, con frecuencia ya infectados del  VIH.

 

Hay una encuesta muy reciente  aterradora y lastimera: uno de cada tres jóvenes dice no temerle al sida, y la realidad es una y lamentable: los muchachos no toman en serio ese azote, actúan con una irresponsabilidad pasmosa. Otras personas de mediana edad infectadas  no hablan de su padecimiento por miedo a perder su puesto de trabajo o recibir el rechazo de la sociedad.

 

El contacto sigue matando  como el rayo que no cesa, sin embargo gracias a los estudios recientes, algunas etapas del sufrimiento han sido atajadas y las esperanzas de ver  derrotado  ese monstruo han ido creciendo.

 

El Sida sigue ahí, casi bajo control.  Es, no hay  la menor duda,  uno de los  dramas más espantosos de la raza humana al  destruir al mismo tiempo el espíritu y el cuerpo.

 

Ninguna enfermedad contagiosa venida de  los canales del amor carnal y la fogosidad de la vida, había llegado a tanto.



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