Una amiga mía en un programa de voluntariado, daba clases a un grupo de muchachos de 12 a 15 años de etnia gitana y un nivel cultural muy bajo. En un ejercicio de ortografía les preguntó si la palabra banco se escribía con “b” o con “v”. Uno de los chavales preguntó ingenuamente: ¿banco de sentarse o de robar? Reflexionando sobre la pregunta cabría pensar si el chico se refería a los bancos que se asaltan o a la imputación de los bancos como ladrones.
Según el informe de la Fiscalía sobre delincuencia, está constatado que desde hace 5 años viene descendiendo el número de atracos a oficinas bancarias, aparte de actos de violencia sobre los cajeros automáticos, pero en cambio han abundado las manifestaciones populares contra entidades financieras e incluso ataques personales a los gestores, acusando a las entidades financieras y sus dirigentes de auténticos atracadores sociales, cuando en tiempos no tan lejanos estuvieron revestidos de un halo de prestigio y seriedad, aunque demasiadas veces rozasen el préstamo usurario.
Una mezcla de incompetencia, junto a la contaminación política en el sector de las cajas y la defensa a ultranza del dividendo de los bancos, los ha puesto en la picota de la censura pública. La imagen de nuestro sistema financiero está en entredicho a pesar de su abundante propaganda de servicios, como: banca telefónica, tarjetas, cajeros, seguros, asesores comerciales, e incluso la posibilidad de hablar cara a cara con el cliente, y la continua propuesta sobre productos financieros cada vez más confusos y opacos, olvidando en cambio que el fundamento del negocio bancario es el préstamo, el cual se practica cada vez menos, pero prodigando las abusivas comisiones para cualquier gestión, la venta de activos y la ejecución de hipotecas correspondiente a aquellos clientes que, ellos mismos, empujaron al despilfarro.
En este escenario también estalló el escándalo de las indemnizaciones millonarias a directivos de cajas que fueron reflotadas con dinero público y que además han enviado al paro a algunos miles de empleados. La opinión pública no termina de aceptar que tantos miles de millones de euros, que finalmente proceden y procederán del esfuerzo de los ciudadanos, se hayan destinado a recomponer el sistema financiero, hundido por las irresponsabilidades y abusos con motivo de la burbuja inmobiliaria y le entra la duda de si efectivamente el sistema está corregido para que no vuelvan a repetirse tantas fechorías. De momento ya se habla de una peligrosa “banca en la sombra”.
Todavía la banca resultante, que se dice saneada con dinero público, sigue reticente a cumplir su función principal de prestamista. La propia troika, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional están preguntando a las entidades que han recibido dinero del rescate por qué no conceden créditos. Al mismo tiempo se señala que autónomos y empresarios están hartos de los criterios de valoración del riesgo que aplican las entidades financieras y a su vez las desproporcionadas garantías que solicitan, exigiendo intereses casi el doble de los que abonan las empresas alemanas.
La cuestión bancaria sigue estando en continua contradicción y el mismo Gobierno se mueve entre las invitaciones para que aumente la actividad bancaria, como en la prevención de nuevas aventuras en futuros años de bonanza. De cara a la opinión pública acaba de limitar las retribuciones de los altos dirigentes en las entidades financieras.
En cualquier caso a la banca le queda un largo camino para recuperar algún grado de valoración positiva por parte de la gente y modificar la percepción de un talante excesivamente egoísta.