Luciérnagas lascivias

La literatura es  de una sordidez natural,   caprichosa, banal, pávida en ocasiones;  en mitad del medio se levantan páginas arrebatadoras   lanzadas al rostro de la humanidad  que ni las inmortales pirámides egipcias  son capaces borrar.

Los dioses leen libros   escudriñando el mundo transgresor de los hombres, y  el monje  cenobita,  atormentado, copista de códices inmemoriales,   lo hace  con el deseo  de poder hablarle a Cristo  en la oscuridad de su covacha.

 

Un escritor de portentosa imaginación,  Truman Capote - irreverente y edulcorado –,  lo hizo con el regodeo de hurgar a fondo las miserias de la alta sociedad o cueva de luciérnagas de plástico.

 

De  sus cuartillas sobresale  “El arpa de hierba”,  al contener las mismas  valor literario y frescura poética, después algunos cuentos y, muy al final, los reportajes-libro “A sangre fría”, Plegarias atendidas” y “Desayuno en Tiffany’s”.

 

Años después de la muerte de Capote surge “Crucero de verano”. Igual que “Plegarias atendidas”, fueron papeles perdidos de una obra más amplia que el autor no quiso, o posiblemente no pudo, finalizar a su manera.

 

Las 136 páginas son una fabula alada convertida en tragedia, algo distinto de lo acaecido con la propia novela. Tras el éxito de “A sangre fría”, Truman se mudó de su viejo apartamento de Brooklyn, Nueva York, abandonando una caja con papeles que el portero del edificio guardó.

 

Pasado el tiempo,  el material afloró en la casa de subastas Sotheby’s. Entre las  hojas ambarinas  se adormecía el manuscrito “Crucero de verano”.

 

En una nota insertada en la edición americana de Random House, se dice que el manuscrito eran cuatro cuadernos escolares y sesenta y dos notas complementarias.  Guardado el material  en los archivos de la colección Truman Capote de la Public Library de Nueva York. “Los redactores – explica la editorial – han corregido silenciosamente los solecismos y faltas de ortografía”.

 

Truman es fácil de seguir, no es complicado, si divino rayando en lo genial. Un estudioso expresa:

 

“No faltan páginas de afilado ingenio, de felino sarcasmo, de efervescencia lúdica, pero predomina en ellas el tono hondamente afectuoso.”

 

Otro asevera:

 

“Allí el ritmo de su prosa es perfecto, como era de esperar”.

 

Truman es mucho mejor cuando se ocupa de los ricos que de los pobres. Después de todo, sus gustos se inclinaban a lo exquisito, el brillo, la fantasía y la  cadencia de las insinuaciones.

 

Atraviesan  esos  folios el aire  sensual   de Tánger.

 

La ciudad marroquí, espejo lascivo  de Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Cecil Beaton, Gore Vidal, Haro Ibars, Paul Bowles y Jean Genet, representaba la frontera sin códigos y el pasaporte color azulino de la libertad, el mismo que se haría  añicos en “Crucero de Verano”.

 

La novela matiza  al escritor que mejor  apuró el vaso de los deleites mundanos.  Los apuró hasta el final. El Olimpo lo llamó a su cenáculo, deseaba oír de sus labios los placeres lujuriosos de la raza humana a la que tanto  envidiaban.

 

 



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