Si ahora cierro los ojos veo al Papa Francisco saliendo al balcón vestido de sencillez, humildad y mansedumbre para rezar y hablar con la gente. Para difundir el evangelio. Y durante aquel primer minuto que parecía interminable miles de ojos y cientos de prismáticos se volvieron hacia él. Y vieron que el evangelio era sencillez, cercanía, alegría.
El martes pasado nos ha escrito una Exhortación de 200 páginas, titulada “La alegría del evangelio”, que viene a ser el programa de su pontificado. La clave de sus palabras está en anunciar el evangelio con sencillez de corazón. Y es que para muchos cristianos la fe, es solo es un conjunto de milagros, de apariciones, de curaciones, de devociones, a los que se les olvida lo importante: anunciar a Jesucristo en el mundo.
Ya sé que no tenemos madera de apóstoles, que somos mediocres y que andamos por el mundo con un amor de calderilla. Pero conviene recordar que Jesús nos ha regalado su evangelio, como una fuente regala sus aguas. Para difundirlo. Porque gracias al evangelio nos vamos alejando de ese egoísmo “negro” del que hablan siempre la gente y los periódicos.