Todo lo que un ser humano piensa en su magín, si es referencia de valores y están medianamente escrito, debería ser publicado.
No hay malos o buenos libros, sino páginas hendidas y algunas veces – con harta frecuencia – envueltas en odios inconfesables. No olvidemos que el resentimiento bien meditado, solamente es patrimonio de grandes creadores.
“La puta de Babilonia” obra exaltada del colombiano Fernando Vallejo, es un libro que se despelleja en carne viva a la Iglesia Católica, y la ridiculiza lo máximo con una saña cuajada de resentimientos.
“Puta de Babilonia” llamaban los albigenses a la Iglesia de Roma según la expresión del Apocalipsis, texto escrito a finales del siglo I o principios del II. Su contenido, controvertido, da pie a variadas interpretaciones de sucesos o profecías historiadas.
Lutero consideraba que su compendio “no es ni apostólico ni profético”, añadiendo que “Cristo no se enseña ni se sabe de él en las páginas del Apocalipsis”.
En la obra de Vallejo, inundada de erudición, no hay nada nuevo a la hora de atacar el papa y sus instituciones. Mucho antes, otros escritores, entre ellos el alemán Kalheinz Deschner, en sus cinco tomos “Historia criminal del cristianismo”, apuntilla una fe y los pilares de su esperanza.
Otro teutón, Paul H. Koch, se aleja de Deschner al considerar que el cristianismo en un punto ético, religioso e incluso filosófico, basado en la comprensión, el perdón, la renuncia a la violencia y la búsqueda de la reconciliación interior asentada en una moralidad ineludible.
¿Errores? Muchos. ¿Pecados? Todos. Aún así, en medio, la caridad y el amor.
Pensamos brevemente en ellos cuando repasamos la primera exhortación apostólica del Papa Francisco bajo el epígrafe “La alegría del Evangelio”, documento enmarcado en la voluntad de ubicar a la Iglesia, sin abjurar de sus principios milenarios, en la senda de los valores íntegros, y encarando sin medias tintas al actual capitalismo avaro y mezquino.
Tras este dictamen - directo y conciso- nadie podrá dudar de la voluntad de reforma y coraje que crece y se afinca en el Pontífice surgido del continente suramericano, al creer que ha sido llamado a colocar los evangelios a nivel de los tiempos actuales, brumosos y desprovistos de sólida justicia social.
Se dirá que el vicediós argentino en su transcendental mensaje no confrontó abiertamente dos temas capitales: el aborto y el ordenamiento sacerdotal de las mujeres.
En esto, tal vez – o sí - no se desvió de la doctrina tradicional apostólica, aún dejando claras las reivindicaciones y los legítimos derechos inalienables que poseen, una realidad imposible de enfrentar superficialmente, por lo que solicita para ellas un lugar privilegiado en la conducción del Tabernáculo cristiano.
En el tema del aborto ha sido tajante: “Quiero ser – dijo - completamente honesto. Esto no es un asunto sujeto a supuestas reformas o modernizaciones. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”.
Lanzó dardos contra la economía de la exclusión centrada en la economía salvaje y despiadada: “No puede ser que no sea noticia la muerte de frío en un anciano en la calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la Bolsa”.
A tal merito, el contenido moral de esas páginas merece analizarse en hondura y no en cuatro líneas sueltas.