Negro futuro

Venezuela posee un atractivo lema: “Un país para querer”. Muy cierto. Esa tierra de gracia es un emporio de riqueza natural inconmensurable: petróleo abundante en el subsuelo y oro a granel en las minas a flor del suelo en el profundo sur, donde se eleva el Macizo de las Guayanas y comienzan los grandes ríos - Orinoco, Ventuari, Casiquiare –  moviendo las enormes turbinas eléctricas de la represa del Gurí.

 

 Con apenas 24 millones de habitantes y cerca del millón de kilómetros cuadrados, una temperatura permanente de 23 grados, la tierra produce dando  cuatro cosechas al año, y es sobrada de café, pesca, ganado bovino, gas natural, electricidad, hierro, aluminio y acero. Todo un emporio. 

 

El país tiene  igualmente otra cara. Es un Jano revivido. Con una inflación galopante – se acerca al 50% -, un paro rayando en el 17 por ciento y una incontrolable economía informal – miles de personas vendiendo lo que pueden en las calles de las grandes ciudades -  el estado se desmorona a ojos vista.

 

 Ahora la nave pesadísima la maneja Nicolás Maduro, un grumete sin experiencia. Hasta su muerte lo hacía Hugo Chávez, un líder carismático hendido en autócrata  y mesiánico, males endémicos del caudillismo latinoamericano. Sus políticas económicas fueron el cuento de la lechera.

 

 A esto hay se le debe añadir, como un roto a un descosido, la grave situación política cocinada y nunca solidificada con sentido común y clara responsabilidad, que comenzó 15 años atrás con el intento de golpe militar  contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

 

Es más cierto que nunca: aquellos lodos populistas han traído de estos barros putrefactos. 

 

El terremoto social que representó Chávez Frías, militar con esperpéntico simbolismo bolivariano  surgido de la ignorancia supina, creó de manera demencial la sinrazón de la política, destruyendo alevosamente  los valores intrínsecos de la democracia representativa. 

 

 Vehemente hasta el tuétano de la demagogia clasista, el ex comandante llevado al otro mundo llevado por un mal que nadie conoce todavía,   dio sentido de dignidad a los paupérrimos,  pero no quiso  o no  supo hacer que esos  desheredados subieran de escalón social; al contrario,  consiguió  que la sólida clase media – hoy casi desaparecida – se empobreciera,  y en esa singladura atolondrada  dividió a Venezuela en dos mitades henchidas de resentimientos irreconciliables, y cuya única salida, nefasta, perversa, podría ser una cruenta  guerra civil.

 

Ahora como ayer, la nación criolla  pervive en permanente zozobra. Nada funciona y las únicas salidas en lontananza pasan sobre el tamiz de la violencia fanática.

 

 Al presente Nicolás Maduro, el mortal que funge de presidente de Venezuela, alzado al poder a recuento de la manipulación fraguada  en Cuba dentro de la mente de un hombre enfermo, falto ya de voluntad y mantenido  vivo a razón de un carisma que hacía de respiración artificial, ha demostrado una nula  capacidad política. Este hijo del  felino Chávez, es incapaz de cazar ratones, y cuando lo intenta hostiga a larvas y libélulas. 

 

No obstante, si se piensa que Maduro  no puede llegar  más al fondo en la  hecatombe, cuidado: su tosquedad supina, demostrada con medidas económicas irracionales,  aún puede  convertir lo que le rodea  en una anarquía demencial y atroz.

 

El Borbón Luis XV de Francia,  desesperado ante el caos que se cernía en la nación,   dijo una frase después celebre: “Après moi, le déluge”  (después de mí, el diluvio).

 

Poco tiempo después, las osamentas de  de aquellos reyes, desde Dagoberto a Luis XVI, y que habían hecho de Francia la primera de las naciones, fueron exhumados de sus tumbas lanzados a una fosa de cal en el vertedero de la iglesia Saint- Denis.

 

El escritor Rómulo Gallegos – ocupó la presidencia del país - autor de “Doña Bárbara”, trazó  esas páginas telúricas “con el oído puesto sobre las palpitaciones de la angustia venezolana”, una esperanza  que sigue  anhelando  la nación criolla: Una tierra de horizontes abiertos “¡donde una raza buena, ama, sufre y espera!”.

El próximo 8 de diciembre las elecciones municipales pudieran convertirse, a partir su pequeñez  política, en un plebiscito contra Nicolás.  Ese día el gobernante,  apoltronado en casa Misia Jacinta, sede del Palacio Presidencia, y  en  una ceremonia esotérica, esperará entre vapores de incienso, mirra y ron, la llega del pajarito que piará el  mensaje de Chávez.



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