Cuando se inicia el III año de la X Legislatura, una forma de valorar el segundo aniversario de la llegada al poder, por mayoría absoluta, de Mariano Rajoy y su Gobierno del PP, es retrotraernos al 19 de Diciembre de 2011 y repasar aquel discurso de investidura que tanta expectación había causado y que prometía una etapa diferente, pasar página y decir adiós a un gobernante y su equipo, que a la vista de los resultados de su gestión merecían la censura y el despido.
Aquel día, Mariano Rajoy sonó a seguro, convincente y con un tono resolutivo, que más tarde se echaría en falta. Su programa: sacar al país de la crisis: colocar a la sociedad civil en horizontes de esperanza; gobernar con firmeza, prudencia y sin ocurrencias; renunciar al pasteleo como fórmula política y no sometimiento al habitual chantaje de los nacionalismos.
No hubo cien días de gracia y el Gobierno estuvo rápido en presentar iniciativas en el registro del Congreso surgiendo enseguida la áspera confrontación del PSOE con un reiterado anticipo de las tensiones que se avecinaban. Desde el primer día, los nacionalistas, especialmente CIU que empezó pidiendo un pacto fiscal que pronto elevó a independentismo y los representantes de Amaiur, se prestaron a la crispación para entorpecer todas las posibles reformas. Se evidenció, así mismo que la dimensión del legado del Gobierno socialista era más profunda de lo previsto y Rajoy tuvo que revisar el guión del programa electoral. La subida de impuestos fue un auténtico mazazo y el comienzo del divorcio entre el Gobierno y la opinión pública. Casi a continuación se emponzoñó el caso Bárcenas, al mismo tiempo que el disparate de las Cajas de Ahorros y Bankia, el escándalo de las preferentes y el dramático aumento de los desahucios, hacían arder las calles con tumultuarias manifestaciones alentadas desde la radicalización.
Las cifras del aumento del paro añadieron nuevos argumentos para no dar tregua al Gobierno que, semana tras semana, los “viernes de dolores”, daba a luz reformas importantes referidas a conseguir un modelo más equilibrado de administraciones públicas y adaptarse a las imposiciones de la troika.
Los resultados no han estado a la altura de las intenciones. El más positivo de aquellos ha sido haber eludido el rescate, la mejoría de la balanza de pagos, la bajada de la prima de riesgos, la ordenación bancaria y la contención, hasta cierto punto, del gasto de las comunidades autónomas. Pero si hemos dado un salto importante en el potencial de crecimiento, es igualmente cierto que las magnitudes de paro, pobreza y exclusión no han dejado de aumentar.
La última EPA refleja que desde el 2010 se ha destruido un millón de empleos y en casi dos millones de hogares están en paro todos sus miembros.
Al horizonte del 2015 todavía quedan recursos para revertir algunos índices. Rajoy tiene a su favor, que a pesar de todo sigue siendo una opción más creíble que la presentada por el conjunto de la oposición y su deriva hacia la radicalidad, con fórmulas que ya han abandonado hasta los mismos regímenes comunistas. La voz de la calle y hasta las recomendaciones de líderes europeos, como Merkel y Hollande, insisten en que el PP y el PSOE
desarrollen políticas de consenso, pero aquí no llega el eco, a pesar de algunas soflamas oportunistas que añaden un vergonzoso espectáculo de hipocresía.
Intentar salvarnos juntos debiera ser el talante para el resto de la X Legislatura.