Antonio Machado nos habló del árbol hendido a golpe de rayo y mitad podrido… “que con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas mustias le han salido”.
Las estrofas fueron escritas en Soria a orilla del río Duero, ribera en la que el poeta vivió momentos agridulces en un instituto de enseñanza media enseñando francés.
El malherido era un olmo eremita arrimado a la tapia cercana a la tumba en que reposan los restos de su joven esposa, Leonor Izquierdo, muerta a los 18 años.
El poeta se pasaba días siseando sus entristecidas cuitas. Se hallaba desolado. En la bifurcación de ese yermo interior, creó una obra literaria universal al desgarrarse un amor fresco y lozano.
Y ahora, si el trashumante peregrino, una vez recorrido a pie el Camino de San Saturio en el cercano “Monte de las Ánimas”, y acude a las rejas del encrespado cementerio soriano, seguirá viendo, aún añejo y retorcido, el tronco resquebrajado y abatido del olmo convertido en poema perenne.
Un día lejano en el transcurrir del tiempo, bajo aquel muñón de corteza magullada, enterramos un canto al ecosistema que meses antes nos había entregado un viejo maestro de la infancia lejana hallado en un libro dedicado a los primeros habitantes de las praderas del oeste norteamericano.
El mensaje es de una hermosura sensitiva y hoy lo deseo compartir:
“La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles... son sacrosantas memorias de mi raza. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos en cambio, nunca se alejan de la heredad amada, que es la madre. Somos una parte de ella y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos.”
Las palabras han venido a la memoria comprendiendo la terrible tragedia del pueblo filipino tras la envestida del devastador tifón de nombre “Yolanda” que dejó miles de muertos y a la intemperie a los que lograron salvar sus vidas.
Las causas del malévolo huracán ha sido debido a las temperaturas registradas en la tierra durante el presente año, y que han superado los récords existentes desde 1850, época de los primeros registros realizados.
A consecuencia del fuerte calor en la atmósfera y océanos, los fenómenos extremos como la espantosa “Yolanda”, con vientos de 360 kilómetros por hora, ha dejado una conmoción que a todos los habitantes del mundo nos angustia.
Labalada ofrecida en esta crónica consagra a la madre-naturaleza, nos recuerda la sacrosanta obligación de cuidar con mimo y amor al planeta tierra tan hedido a cuenta de los gases intoxicados que enviamos, sin clemencia, a la atmósfera
El olmo agrietado y aún así querido de Antonio Machado, más las palabras del piel roja, debieran hacer recapacitar a la raza humana.