Un Dios de vivos

Mi paisano Leopoldo Panero, maragato y poeta, en uno de sus poemas canta a una mujer sencilla de Astorga en el más allá:

 

-Y estará sentada, a la diestra del Padre, y no habrá nieve, ni cellisca cansada contra el rostro. Y estará sentada con sus faldas huecas, y con su pobre movimiento, de dulzura interior, allá en su sitio…

Y leyendo el evangelio de este domingo sobre el más allá, me viene a la cabeza todas esas personas sin importancia que tantísima han tenido en mi vida. 

 

Recuerdo a don Julio, mi maestro, al que tanto le debo. Y a Segis, el sastre, que me hacía los pantalones. Y a la hermana Carmen, de la Casa Infantil Covadonga, que me enseñó tantas cosas buenas. Y a Miguel Marcelo, sacerdote, que murió en un accidente de tráfico. Y a Manolo, el maquetador, de La Razón, que todo lo hacía bien. Y a tantos y tantos…Todos ellos, pienso yo, estarán ahora en “ allá en su sitio”, en el cielo, ya que difícilmente estaría este completo si no existieran calles llenas de buena gente.

 

Ya sé que el día, la noche, el agua, el sol, y el pan, y todo lo que somos son regalos que Dios nos hace. Y que los regalos los hace solo el que ama. Y Dios es amor. Y si es amor, no le cuadra ser Dios de muertos; le cuadra ser Dios de vivos. Porque la vida eterna es el regalo de Dios a la buena gente para que amando sigan vivos.



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