Aunque no nos toque sino de lejos, duele que un campeón nuestro, a quien en su día vimos derrotar a otros para irse convirtiendo en ídolo deportivo y en mejor del mundo, de pronto, pasado el tiempo, se encuentre con otro campeón que le va siguiendo las huellas, para lo cual, como es lógico, ha de destronarlo.
Se nos enturbia la neurona donde la fuente gris de las nostalgias.
Podría ocurrir que haya pasado ya, pese a su juventud, a la sala de los recuerdos donde hay ciclistas, futbolistas y en general deportistas que dieron días de gloria a nuestra expectación ávida. No nos resignamos, sin embargo. Se nos enciende, muy tenue, una lamparilla de ilusión. A lo mejor, aún es capaz de inventar modos y maneras de ganarle a ése. ¿Por qué no? Ya inventó las de hacerlo con otros campeones en principio invencibles. Hasta puede que precisamente el domingo, cuando le ganó en Wimbledon, donde la copa de oro, ha aprovechado, mientras a nosotros nos iba dejando el estupor sin palabras, para aprender modos y mañas y la próxima vez …
Es la vida misma, la que refleja el arroyo del tiempo. Caen unos para que otros repitan las exaltaciones del triunfo, y, alrededor, hay muchos que lo intentan sin lograrlo nunca y se quedan como el resto de la fotografía, cuando, puesto el teleobjetivo, se la juega el fotógrafo en uno de esos primeros planos impecables, que luego son como la memoria de cada casa y cada familia.
El sol de este principio de verano, impertérrito, como si no hubiera pasado nada, reanuda a su vez la desigual pelea con el nordeste.