Ignacio Ramonet

 

¡Qué hermoso es vivir en París y amar en la lejanía la Venezuela del despotismo, la falta de libertades y  su paupérrima  miseria!

Está comprobado hasta la exasperación,  y sobre ello existen estudios - la obra “Intelectuales” de Paul Johnson-  haciendo  pedazos los mitos de los eruditos consagrados. Una persona puede ser un acentuado intelectual y a la vez un auténtico malandrín. La historia está atiborrada de esos  tertulianos amorales.

El gallego Ignacio Ramonet, pachá en Francia donde ejerce de  Pontífice del socialismo decadente,  y cuyo baptisterio se levanta en un bistrot  de la ribera izquierda del Sena, entra en esa categoría.

El  hombre se pasa de resabiado, y al conocer la historia de los “espejitos” en Cipango -  “El arpa y la sombra” de Alejo Carpentier – supo obtener  en Venezuela  euros a granel a recuento de vender irresistibles susurros en los oídos esotéricos de Hugo Chávez, hoy cobijado en su tumba del Museo Militar de Caracas, el mismo altozano en el que no supo ponerle valor al golpe militar contra  el  presidente Carlos Andrés Pérez y debió rendirse.

 Cuando el  Líder Bolivariano  estaba en su glorificación, Ramonet clamó a los vientos del servilismo: “Usted es el heredero de Fidel Castro. El mundo le admira y se asombra de su agudeza política”.

Durante un tiempo, amo y lacayo  trabajaron en el patio del pez que escupe agua en el Palacio de Miraflores,  sobre una obra esotérica de la literatura universal hincada en La Habana y Caracas. Mientras el soldadesco  colocaba su grandilocuencia en los oídos del  escribano, garrapatearon  un libro recóndito bajo el epígrafe de “Confesiones de Chávez y Fidel”.

Esto  se lo escuchamos al mandamás venezolano en un discurso de horas sobre la libertad de expresión. Menuda redundancia viniendo de él. Ignoro si eso se publicó. 

Lo que el fablistán mejor pagado  hizo mas tarde fue un volumen llamado “Cien horas con Fidel”  o simplemente  “Fidel Castro, biografía a dos voces”.

 Las palabras del autócrata venezolano quedaron guardas. Es ahora, a seis meses de su fallecimiento,  cuando ven la luz las adulaciones  en una apología llamada “Hugo Chávez. Mi primera vida”.

El éxito monetario está asegurado y Ramonet se frota las manos convertidas en botija. El Gobierno bolivariano bajo la tutela del resentido  Nicolás Maduro comprará las primeras quince ediciones, y las treinta y siete restantes  la quebrada empresa Petróleos de Venezuela. Será traducido al mandarín, finés, mapuche, eusquera, eslavo, bable, gallego y las viejas lenguas aztecas, eslavas y meridionales, sin dejar a un lado las 4.999 jerigonzas africanas.

Y es que los desvergonzados “gauches” europeos, los mismos que iban en procesión pagana en los años 50 y 60 a Moscú, no han muerto: al contrario, están vivos y embelesados con los nuevos oligarcas del continente Latinoamericano, mientras  disfrutan opíparamente de los sabores de la democracia en París, Nueva York, Madrid, Roma o Londres.

Van a Caracas o  isla bananera en primera clase, se hospedan en hoteles de 5 estrellas y reciben cheques en dólares.

 De toda esa caterva, Ramonet es el “gran gurú”. Justifica  ante el mundo la censura  en Venezuela, los juicios contra la oposición   y  le parece apropiado el cierre de medios de comunicación.

Estos liberales de pacotilla deberían saber que la vida solo es importante cuando se lucha, cuando se asume con dignidad, honestidad y respeto.

En esta nueva visita al país de Rómulo Gallegos, el director de la versión en español de periódico “Le Monde diplomatique”, vino con un libreto aprendido: “Hay una situación que recuerda a la que había en Chile en vísperas del golpe de Estado de 1973 que derrocó a Salvador Allende.”

En el corolario mental de Ramonet  hay golpes buenos y malos: El de Chávez contra Carlos Andrés Pérez fue bienhechor; el intentado a Hugo, desleal y maligno. Así se hacen los grandes reportajes.

No es la primera vez que hablo de este personaje y  quizás no sea la última. Francia cumple 100 años del nacimiento de Albert Camus y se le recuerda en sus obras. Había renegado del comunismo ruso ante Paul Sartre, el existencialista que idolatraba a  Stalin y le  impresionaba Fidel Castro.

Al final,  el autor de “El hombre rebelde” tuvo la máxima razón: El marxismo ahoga la libertad individual.

Camus dejó  escrito: “La libertad no es un regalo que nos da un Estado o un jefe, sino un bien que se conquista todos los días, con el esfuerzo de cada individuo y la unión de todos ellos”.

Hoy esos valores universales en Venezuela no existen.

 

 

 



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