Tras 40 años viviendo en Caracas – quitándole 6 años en la caribeña Isla Margarita - , uno siente hacia esa ciudad una rauda querencia. Siempre terminamos amando lo que se conoce, bueno o malo. Es la costumbre haciendo al ser humano apretujarse con lo cotidiano.
La ciudad es una quimera inalcanzable. Un simple paseo se convierte en peligrosa aventura, y solamente estamos seguros dentro de nuestros cerrojos, muros y compuertas.
La sentida urbe, carcomida en la inmundicia, un tráfico infernal y una horda de motorizados desalmados, es la genuina imagen de la apatía y el ultraje.
Caracas, bajo la serranía frondosa del Guaraira-Repano, es un armatoste inhumano, la metrópolis más desmantelada en toda Sudamérica y otros confines.
Todo se ha vuelto desidia, anarquía e indigencia. Se hacen planes urbanísticos abandonados de inmediato, al imperar más la política ramplona y callejera que el sentido común. A esto se une la bazofia. Posiblemente solo hallaremos una ciudad tan escabrosa: Puerto Príncipe, en Haití.
Bochinche, puro bochinche parece ser el lema. Las autoridades municipales y revolucionarias del chavismo son incapaces – o cómplices - de impedir que un chaparrón de agua, un auto averiado en la calle o media docena de motorizados exaltados, colapsen la metrópoli incandescente durante interminables horas.
Ahora el presidente Nicolás Maduro, al que Hugo Chávez, horas antes de su muerte dejó dueño del “coroto” – poder – con la santa venia de Fidel Castro, el gran tutor de Venezuela, ha decidido hacer algo asombroso, esperpéntico, tras 15 años de poder absoluto de la Revolución Socialista Bolivariana: La creación del "viceministerio para la suprema felicidad social del pueblo venezolano", que conjugará los programas gubernamentales de atención a personas con discapacidad, en situación de calle, adultos mayores y niños.
Visto al trasluz de las palabras del jefe del Estado, la idea parece el hermoso sueño de una noche de verano o el encanto de la prosperidad suprema.
“He decidido – dijo Maduro - crear el viceministerio para la suprema felicidad social del pueblo venezolano para la coordinación de estas misiones, grandes misiones presidenciales que tendrán el objetivo de la suprema felicidad social”.
La idea, aún siendo extraña y conociendo que el chavismo - ahora madurismo - ha convertido al país en un zafarrancho de combate, sería soñadora y hasta romántica al marcar la pauta a seguir: “Atender lo más sublime, lo más sensible, lo más delicado, lo más amado para un ser que se dice revolucionario, que se asume como cristiano, revolucionario y chavista”.
Alabados sean los cielos protectores, la paciencia y la tomadura de pelo a los venezolanos.
La ensoñación no queda ahí. El mandamás rojo tomó otras medidas de carácter social. Anunció la creación de una nueva misión – existen sopotocientas de todo tipo y dos o tres solamente pudieran enseñar realidad solucionada - que atenderá a los animales y sería bautizada como “Misión Nevado” en honor a un perro, que según datos de fidedignos historiadores, había sido fiel mascota del libertador Simón Bolívar.
El pueblo venezolano, que se ríe de su propia sombra, ya comenzó a hacer “mamaderas de gallo” –bromas- sobre el decreto de la “suprema felicidad”.
Es viable que en el área caribeña de Suramérica haya comenzado a nacer, a modo de la novela “Horizontes perdidos”, un nuevo “Shangri-La”, ese hermoso vocablo que se aplica a todo posible paraíso en el planeta.
Pensando en alto, deberíamos añadir: La felicidad de un país se logra sin la presencia de un mal gobierno como el actual en Venezuela.