Era de prever lo que el expresidente Rodríguez Zapatero iba a deparar en su retorno a las cámaras a través del programa de La Sexta El Objetivo, que dirige y presenta Ana Pastor. Por mucho que la periodista marcó el entrecejo, fijando esa mirada aguda con la que tal parece que pretende taladrar a sus entrevistados, ZP se limitó al papel de autor comercial ante la inminente salida de su libro. Esto es, a promocionar que algunas respuestas -las más interesantes- las encontrará el respetable en la lectura de El dilema: 600 días de vértigo, título con el que la editorial Planeta pretende hacer caja.
Pero al margen de la poca chicha que la interviú ofreció al televidente, lo que más me ha llamado la atención es el contraste ofrecido entre esta imagen de Zapatero en el plató de La Sexta y la que como candidato a los comicios de 2004 presentó ante los españoles. Hace tan solo nueve años, ZP fue capaz de seducir a muchos ciudadanos con aquella decidida promesa suya, luego hecha realidad, de sacar a España de la gran masacre que supuso la invasión de Iraq, y poner en marcha en las primera legislatura medidas tan necesarias y de indudable valor social como la ley de matrimonio homosexual o la ley de dependencia, aunque la Ley de Memoria Histórica se quedara a la postre muy mermada.
Nada tiene que ver aquella imagen, tan sugestivamente delineada asimismo con aquel discurso primero de investidura en el que recordó la memoria de su abuelo el capitán republicano fusilado por Franco, con la de Zapatero ayer ante las cámaras televisivas, tratando de justificar ese deplorable final de partida de su segunda legislatura en la que no rectificó -como él dijo- sus principios, sino que los traicionó ostensiblemente, obligado a reducir el déficit a toda costa, incluso a costa de reformar la sagrada Constitución.
Los derechos sociales y laborales que los ciudadanos de este país están perdiendo ahora a ojos vista, los empezaron a perder con lo que Zapatero llama sus rectificaciones, y tener como él tiene la confianza de que estamos todavía en disposición de recuperarlos, no me parece una expectativa muy fundada en quien se adelantó con su política en esa pérdida. Sus palabras en ese sentido suenan tan huecas como su creencia de que el rey, enfermo de gravedad, no debe abdicar -a pesar de la pérdida de imagen que acompaña a su pérdida de salud-, o de que la justicia en España es independiente.
No, este Zapatero no se parece en nada al que sedujo a millones de españoles en 2004, gracias sobre todo a su determinación en el conflicto de Irak y a la desastrosa gestión de los atentados del 11-M por parte del gobierno de Aznar. Mucho me temo que si entonces ganó votos, ahora no gane ni lectores para ese libro con el que pretende justificar esos 600 días de su ejecutoria que él llama de vértigo, pero que en realidad fueron de desfachatez y dieron con su imagen y la de su partido, una vez más, en la más indignante decepción.