Asad, cuando vence

En el metro londinense, así como en las fachadas de algunas calles de la capital británica, vemos pintadas y anuncios que obligan a los viandantes y conductores a reconsiderar sus posturas y actitudes sobre lo que sucede en Siria.  ¨¿Crees que eres incapaz de hacer nada ante tal desgracia? Una pequeña ayuda tuya salva la vida de un niño necesitado¨ o ¨Compre aquí el pan y nosotros haremos que llegue allí¨. Son intentos de atraer la simpatía y llamar la atención sobre aquello que ya se conoce por el nombre que se le ha dado en los medios e informes oficiales: ¨la mayor tragedia humana en la historia contemporánea¨.
Los garabatos en las paredes y esas u otras campañas de donación pueden ser pequeños detalles que no logran salir en las noticias ni en los titulares de los periódicos más que bajo el nombre de ¨artes callejeras¨ o ¨logros de las donaciones¨, pero en realidad indican un sentir general de la base social y de aquellos que deciden las políticas a un tiempo. Es un sentir que necesita un esfuerzo doble para mover montes, esfuerzo que no se hace. Y si se hace, no es para acabar con la dictadura, sino para dar alimentar a los pobres.
Ha habido una transformación radical en la aproximación a la revolución siria, que la ha afectado en lo más profundo, y la ha trasladado por completo del ámbito de la política al de la ayuda humanitaria.
Esa es la gran victoria aunque haya cambiado la imagen que se tiene de Bashar al-Asad. Es una victoria que se ha logrado con paciencia y habilidad, y que le ha permitido convertir una cuestión de pleno derecho y justa según todos los parámetros –político, ético y legal- en una mera ¨necesidad imperiosa de pan, cobijo y medicinas¨, con la importancia que eso tiene.
Así, cuando la gente piensa hoy en Siria, ve la imagen de una mujer desplazada o de un niño huérfano o de un anciano enfermo, y no la imagen de un régimen que ha gobernado a un pueblo durante cincuenta años prohibiéndole los más básicos derechos, y que hoy lo asesina con armamento tradicional y prohibido, lo lanza a sus cárceles y lo condena al hambre y al desplazamiento.
La realidad es que tal victoria velada ha venido por partida doble, en el sentido de que se ha logrado en dos niveles. El primero es exterior, pues Asad ha logrado hacer que las miradas dejen de centrarse en él para hacerlo en las víctimas del refugio, el frío, la carencia y el terrorismo, haciendo que las organizaciones humanitarias y de derechos internacionales eleven la urgente catástrofe humanitaria por encima de un derecho político adquirido.
El segundo es interior-sirio, pues muchos son los que se identifican con el papel de la víctima, mientras los activistas se desangran en esfuerzos también para sacar adelante las labores humanitarias en vez de conformar lobbies que ejerzan presión sobre sus representantes políticos en la oposición por un lado (el Consejo Nacional, la Coalición, u otros) y, por otro, sobre quienes toman las decisiones en los países en los que ellos actúan, para aglutinar el apoyo para su revolución, dejando todas las ayudas y donaciones a sus señores. Estas donaciones serán un importante logro en caso de que se llegue a un compromiso político claro de cara a la revolución siria, que no se traduzca exclusivamente en pan y medicinas, sino en posturas determinantes y sanciones duras contra Asad y su régimen.
Pero, ¿qué hacer cuando tienes el ejemplo de una capital como Londres que te devuelve en cuestión de segundos a las políticas de hechos consumados? Sabiendo que es una capital no neutral políticamente (como Ginebra, por ejemplo) a la que conciernen directamente asuntos del mundo más allá de sus fronteras y que acoge a una gran comunidad árabe y musulmana.
Además de eso, Londres, la que logró organizar la mayor manifestación desde la Segunda Guerra Civil en protesta por la guerra de Iraq de 2003, con lemas puramente políticos, es hoy incapaz de mostrar la cuestión siria fuera del marco de la ayuda humanitaria. En política, no existe una convicción clara de que Bashar al-Asad, con su máquina de guerra, es el que está detrás de dicha catástrofe y que debe ser juzgado por ella.
Así esta primera victoria, lenta y fría, que ha desplazado a millones y ha matado a miles, ha sido el preludio de la rápida segunda victoria actual. Asad utilizó gas sarín químico, cometiendo una masacre, y se libró del castigo. No solo eso, sino que en apenas 48 horas pasó de ser un Satanás que debía sufrir el bombardeo de sus arsenales y ser enviado a un juicio internacional urgente, a ser el mejor interlocutor internacional y el garante de la estabilidad de la zona, mereciendo la felicitación del Secretario de Estado estadounidense, John Kerry.
Asad está ganando… Aunque la revolución no haya perdido del todo, él está ganando. Y si ha caído éticamente como bromean algunos con convicción, en política está ganando, pues incluso los que desertaron recientemente no se han pasado aún a la otra trinchera, sino que se han quedado en una zona gris. Zona que se sigue ampliando debido a la adhesión de algunos desertores del lado de la revolución, que han pasado a ver a los partidarios y los detractores del régimen desde una perspectiva humana y no política.
Se trata de un precedente histórico que ningún instrumento académico, político o ético puede igualar en gravedad y absurdo más que quizá el hecho de que se haya otorgado a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas el premio Nobel de la Paz de 2013. La revolución, por su parte, es como la imagen de ese niño huérfano en el metro londinense… Espera un mendrugo de pan o algo que lo cobije de la lluvia.



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