La isla de Cuba continúa desdichada bajo el poder dictatorial de los hermanos Castro. El enfermo no mejora. Según nota del diario oficialista “Granma”, Raúl, el presidente elegido a dedo, decidió la unificación de los pesos en una especie de entelequia monetaria que nadie aún entiende.
El poder central que todo se lo guisa y solito se lo come, sabrá a fe cierta de que se trata esa nueva vagabundería financiera. El pueblo ya no cree ni en los babalaos, solamente en la afligida Virgen de la Caridad del Cobre.
El eterno embargo y los ataques de Estados Unidos, es el mayor camelo conocido sobre el mar Caribe desde la llegada de Colón a estas aguas. Bien es verdad que si Washington no hubiera sido torpe diplomáticamente y Kennedy tan inexperto en política, y se hubiera permitido la llegada a La Habana de la Cola-cola, el Play boy, las canciones de Frank Sinatra y el maíz tostado, el barbudo y su hermanísimo hace tiempo no estaría ya en el Palacio de la Revolución, sino en un asilo de ancianos dementes jugando a fusilar soldaditos de plomo.
Fidel, y ahora Raúl, se han sostenido a cuenta de dos causas: ser Cuba una isla y haber sobrevivido en medio de una guerra fría de casi treinta años de duración entre Estados Unidos y Rusia. En ello nada tuvo que ver la ideología marxista ni las supuestas dotes políticas del régimen.
A esto se le debe añadir la postura trasnochada y caduca de la llamada izquierda radical centrada en Miami, al mantener la mecha encendida a recuento de sus propios intereses mezquinos.
Fidel, el anciano patriarca otoñal de aquel creado por Gabriel García Márquez, debe estar escuchando cada amanecida la noticia jubilosa de su muerte, con “la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado”.
No se puede despachar en una cuartilla el espectro que lleva una eternidad aferrado al poder tras el trono, creando un reino tan alucinante como el general Tirano Banderas en la imaginaria república de Santa Fe de Tierra Firme, obra cumbre de Ramón del Valle Inclán.
Cuando Francisco Franco moría rodeado de escapularios y teniendo a su lado el brazo incorrupto de Teresa de Ávila, murmuró una frase lapidaria: “Yo dejaré todo atado y bien atado”.
Partió hacia el más allá con esa firme creencia, y una vez su cuerpo quedó enterrado bajo una pesada losa de granito, la memoria y hasta el recuerdo del Invicto, comenzó a hacerse carcoma de olvido.
Los dictadores se creen destinados a ser eternos. Sucedió eso a todo lo largo de la historia y le ocurre a Fidel y Raúl.
Cuba es una fortaleza inmensa de 111.111 kilómetros cuadrados. Nadie puede salir sin permiso de las autoridades. El Muro de Berlín se derrumbó a pedazos, no la isla antillana.
El actual Supremo Comandante posee, bajo la mirada del gran cocodrilo durmiente, la única llave de la muralla y la guarda entre sus dientes fermentados.