Hijos de Macondo

Tenemos un adentro y un afuera, y en algún lugar deberá  hallarse  la verdadera conciencia, una mirada  ansiada  sobre una flor, cierto deseo de querencia o el trance lascivo al lado de la propia tumba.

 

 En  momentos como éstos – y son incontables - el único refugio es   “acogernos el tiempo tal como él nos quiere”, decía William Shakespeare.

 

A poquito, las fronteras de España y con ella las de la  Unión Europea, se han ido cerrando a los emigrantes latinoamericanos   debido a la pavorosa crisis económica, mientras en el Istmo de Panamá a finalizado, a la sombra larga y enguerrillada de Vasco Núñez de Balboa,  la Cumbre Iberoamericana venida a menos al necesitar con apremio un nuevo  replanteamiento.

 

A su vez  – en paralelo -  ha tenido lugar el VI Congreso de la Lengua Española en la que Mario Vargas Llosa  ofreció una lección espléndida  sobre el tema que, con soltura, más domina: la literatura. No todo fueron madrigales, hubo a la par abrojos y zarzas.

 

Tiempo glorioso aquel en que se celebró el cuadragésimo aniversario  de la aparición de la obra “Cien años de Soledad”, escritura que le dio fama universal a Gabriel García Márquez  al ser publicada –   casi  se editar en dos partes, a consecuencia del poco o nada dinero que tenía Gabo para enviarla a Buenos Aires y ser impresa en la Editorial Sudamericana.

 

 Ese realismo mágico revestido en tragedia personal de José Arcadio Buendía, patriarca de la estirpe y fundador de Macondo, se ha ido reflejando paulatinamente  en cada expatriado, mientras trascurre la existencia de un continente azulado que comienza en el Golfo del Darién y finaliza más allá de los caladeros de Iquitos y Nautá.

 

En esas páginas ya inmortales, transcurre la historia de la Tierra en un santiamén,  ciclo trashumante hasta el Apocalipsis. Y, en medio, la presencia del  hombre y la mujer se expande más allá de las ajustadas posibilidades humanas.

 

Eso es literatura, la que Vargas Llosa ahora nos ha ido empapando hasta los huesos en medio de la hoguera de las letras hispanas.

 

 Con ÚrsulaIguarán, el personaje femenino central de la obra,  uno entendió a la hembra / madre atada a una cadena invisible, cuya razón de ser es legitimar la relación física y la descendencia.

 

Ella es el reflejo telúrico del continente latinoamericano, representa el llamado crujiente  – saliendo de Río Grande a Tierra de Fuego -  cuando el sudor son  lágrimas con sabor a salitre al ver a sus hijos luchando contra de la desidia.

 

La Madre Patria -  y el resto de Europa aún más-  objeta a los nacidos de Macondo o la propia crisis financiera les hace rumiarse sus afanes a la sombra de los bajíos y las mazorcas  resecas

 

 La gramática española es rica en palabras y éstas abarcan un orbe interior. El vocablo emigración tiene diversos sinónimos y cada uno de ellos punzante: éxodo, destierro, expatriación... Deberíamos de añadir otro: aislamiento o alguna que otra dictadura mezquina irradiada en Cuba y Venezuela.


 Uno sabe de lo que habla: el escribidor lleva media vida siendo indiano.



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