El discurso del Presidente

Especular sobre el número de personas que acudieron a la manifestación celebrada en Barcelona, convocada por Ciudadanos y el PP el pasado día 12, no vale la pena y nada aporta. La afluencia fue sensiblemente superior a la del año anterior y con eso es suficiente. Intentar movilizar a una parte de población temerosa que se siente española y catalana, sin estructura de poder, careciendo de apoyos económicos propios (subvenciones), con la oposición de la prensa y ausencia de cobertura televisiva, resulta prácticamente imposible.

     Para algunos, los únicos que realmente se están beneficiando de la movida separatista, son los medios de comunicación que reciben considerables ayudas oficiales por bailarle el  agua a convergentes y republicanos, a los que no van a criticar por su ruinosa gestión, misión de la que tibiamente y con escasa repercusión se encargan los partidos de la oposición.

     El presidente del Gobierno, sigue demostrando (o aparentando) un temor reverencial a la amenaza independentista y soportando insultos y descalificaciones. Su hierática postura ante el desafío secesionista, no parece ser la estrategia más apropiada y si muy arriesgada ante un posible enrarecimiento de la situación que impidiese regresar a posiciones anteriores.

     Es muy posible que al Jefe del Ejecutivo, la aparición de José María Aznar en la recepción del Palacio Real, le amargase el día y mucho peor cuando el ex presidente justificó su presencia en el acto, manifestando que obedecía a su preocupación y “severa realidad” por la que pasa España. Es como una “aparición” que acude cíclicamente para recordarle y afearle sus incumplimientos. 

     Lo único que puede devolver el equilibrio y tranquilidad a España es que Rajoy  abandone la nefasta influencia del eterno asesor monclovita Pedro Arriola, decida pasar a la acción y comenzar a tomar decisiones.

     Mire don Mariano, ha llegado el momento de acudir al Parlamento y pronunciar el discurso de su vida, cuyo contenido deje meridianamente claro y para siempre que la unidad de España constituye un principio inquebrantable e inviolable a todos los efectos

     En esta ocasión, imaginar que la solución del problema pasa por no abordarlo y que el paso del tiempo se encargará de resolverlo es absurdo. Tampoco servirán los parches utilizados hasta ahora ni acceder a todas las exigencias fiscales, económicas, etc de la Generalidad. El contenido del citado discurso deberá poner fin a todo tipo de arrebatos rupturistas.

     Actualmente, la voz representativa del separatismo catalán la ostenta Oriol Junqueras. CIU, con su líder Arturo Mas, no pasa de ser mera comparsa. Son los republicanos quienes soterradamente mantendrán al títere convergente hasta que convenga para colaborar en apoyo de la consulta y de paso tenerle controlado.

     La consigna consiste en celebrar el referendo coincidiendo con la "Diada" del 2014 y a través de una pregunta muy sencilla. Para Junqueras, si llegada la fecha el Gobierno intentara prohibir la votación retirando las urnas, o impidiendo la apertura de los colegios por la Guardia Civil, sería considerado como una gran victoria de la autodeterminación ante el mundo civilizado, y los independentistas como oprimidos vencedores cuyo único fin es lograr la libertad y que, democráticamente se les permita decidir su futuro.

     Los meses corren y desde hace un año, la Generalidad no ha parado de incrementar la presión en diversos sentidos y el país necesita zanjar urgentemente esta desdichada pretensión separatista, pero sin ceder a chantajes y poder dedicarse a buscar soluciones a los restantes problemas que padecemos.

     Existen otros caminos pero en el fondo todos persiguen el mismo objetivo consistente en fragmentar España. Ya está bien de intercambiar cromos, hacer el ridículo y soportar humillaciones, cadenas, deslealtades, dramatismos, victimismos e imbecilidades varias que no merecemos. El Gobierno cuenta con excelentes medios para hacer pedagogía no solo en Cataluña, sino en todo el territorio nacional, y que la totalidad de los ciudadanos entiendan, aunque una minoria no lo comparta,  que la unidad de España jamás será sometida a juicios, interpretaciones ni pretensiones de nadie.

 



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