El poeta Julio Miranda, peregrino de la palabra nacido en Cuba y al que debiéramos rescatar del olvido, escribió proféticamente: “…es acaso una fatalidad otoñal / en un país sin estaciones”.
Y a ese desasosiego climático hemos llegado.
El desastre presente sobre el planeta, con la contaminación de óxido carbónico, el deshielo de los polos y las sequías prolongadas en otras zonas, nos recuerda la necesidad de no desoír el llamado lastimero de Geo, la madre Tierra.
Greenpeace, inquieta ante la situación del mundo azul, lo viene anunciando hace años con insistencia al saber del peligro latente:
“La crisis ecológica sobrellevada por los continentes no se puede ocultar tras un disfraz”, nos recuerda.
Desde hace décadas se le pide a los gobiernos una reducción drástica del C02 a la atmósfera; prohibir la exportación de los residuos tóxicos y de las tecnologías contaminantes; abordar las causas reales de la destrucción de los bosques; vedar las pruebas atómicas y establecer el abandono progresivo de la energía nuclear si no es controlada.
Algunos de los modernos ecologistas no comparten las antiguas creencias sobre el medio ambiente. Para ellos la contaminación es un fenómeno natural que apenas perturba la armonía universal.
Las plantas florecen mejor en el corazón de las ciudades repletas de polución que en el campo, donde son sitiadas de hongos e insectos.
Asimismo expresan otros conceptos: Si algo emponzoña en demasía es un rebaño de vacas. Éstas, guardando las proporciones, producen más residuos y gases deletéreos que cualquier fábrica.
Aún con esos conceptos, el año 2013 quizás sea uno de los más caluroso en muchas regiones de la tierra, y el próximo seguirá el mismo sendero, obligando a los responsables políticos a mirar la situación con preocupación y a tomar urgentes medidas.
Nadie sabe con certeza si las lluvias convertidas en cataratas caídas de los cielos en zonas específicas, tengan su origen en el cambio atmosférico afligido, mientras en otros lugares millares de hectáreas están resecadas, no obstante todo indica que la meteorología – sus datos - se han vuelto demenciales.
El agua, alegría de la vida, suele ser dura y despiadada cuando se lo propone. Ante ello, uno piensa que la Naturaleza es sabia y actuará en razón de sus desvelos sin contar con nosotros, siempre tan depredadores y mostrencos a la hora de proteger a la matrona Tierra.
El astro en que moramos es una esencia activa, cuidarlo, amarlo, respetarlo y hacerlo copartícipe de nuestro deseos de coexistir muy por encima de las estrellas, es meta esencial de la raza humana, el resto de los seres vivos y las vegetaciones todas.
En “Anotaciones de otoño”, Miranda nos matiza:
“Pasan pájaros. Tiempo pasa – y viento. Nubes – que no me miran. Yo paso”.