Los pequeños infantes suelen ser brutales sin saberlo o buenos como la brisa de un verano apacible. Su mundo, poco consensuado, unipersonal, lo centralizan en su propio individualismo al desconocer la propia existencia.
Dentro de esa inocencia, cada acción es natural y nadie puede considerarlos intrínsecamente perversos, y es que la psicología infantil sigue siendo una asignatura pendiente.
La intimidación en “Los niños terribles” – título de un libro de Jean Cocteau - es un mundo ambiguo, turbador, avivando la violencia del sexo y el amor de una manera desgarrada.
Y es que cada hombre o mujer, a la luz de la primera mañana de la vida, llevamos dentro de nosotros a un arrebatador Dargelos encerrado dentro del cascarón incomprensible de las iniciales experiencias amorosas o maldades intrínsecas.
Otro áspero libro que nos había parecido años atrás brutal, despiadado, lo tanteamos en estos momentos como un reflejo cotidiano de la realidad. Se trata de “El pájaro pintado” de Jerzy Kosinski, el polaco judío nacionalizado norteamericano que sorprendió al mundo con el imaginario texto “Desde El Jardín”.
Siguiendo las líneas dramáticas de Kosinski, tal vez en la época actual tengamos que encerrar a los niños como a los ruiseñores: en jaulas. Sucede desde tiempo inmemorial en el norte de China y en pueblos de Somalia, Eritrea, Ruanda, Chechenia, Irak o Uganda. Del mismo modo en las barriadas de nuestras grandes ciudades, apabullantes y pavorosas.
¿Quién de nosotros no ha visto a chavales que no levantan un palmo del suelo ofreciéndonos gélidamente con mirada zalamera, asustada, la venta de una flor marchita, unos lápices o cuadernillos de notas en los predios de nuestras ciudades?
O a esos otros, polichinelas del cotidiano ambular, colocados en grupos en las intersecciones de las avenidas y calles, haciendo malabarismos circenses y con ese acto doliente poder recoger una míseras monedas que ayuden a aplacar la hambruna cotidiana.
¿Poco cierto? Caritas acaba de decirnos que más de 3 millones de personas viven en España “bajo la miseria crítica”. De ellos, ¿cuántos son infantes?
Todo mozuelo - brizna tierna y quebradiza en esa temprana edad - parece ser el sueño inacabado de algún lejano dios que, habiéndose olvidado de él, lo obliga a vagabundear en los parajes insociables de la subsistencia como un cervatillo asustadizo.
Lo expresó el poeta de Orihuela Miguel Hernández: “Desperté de ser niño, nunca despiertes. Triste llevo la boca, ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma”.
Breve acotación: No olvide agradecido lector, que el escribidor garrapatea la cuartilla regularmente desde América Latina, continente en que los niños paupérrimos abundan igual a espadañas resquebrajadas.