Barbarie sin fin

Son tiempos infaustos los nuestros. El terrorismo inhumano parecer cuadrar en los miedos de tanto pánico colectivo. En ningún tiempo la aprensión ha sido parte de nuestra forma cotidiana de vivir como actualmente.

 

 Si creyéramos en los dioses del Olimpo emergidos en la “Odisea”   de Homero,  diríamos que la razón de tanta  perturbación está en nuestro destino, y Atenea, “la deidad de ojos de lechuza”,  acusaría a la raza  de los hombres de ser rea de tanto infortunio.

 

 Nosotros,  con el análogo de la desaparecida periodista italiana  Oriana Fallaci, nos negamos  a creer en una culpa colectiva e hipócrita que nunca ondean al aire las banderas del arco iris  condenando al que hace la guerra  “con los explosivos de los kamikazes o las bombas con mando a distancia de los terroristas que no están dispuestos a morir”.

 

Es  indiscutible y moralmente aceptable la opinión dulcificada de Ghandi: “Ojo por ojo terminará por dejar ciego al mundo”. Nada más certero. 

 

El terrorismo fundamentalista anclado en el siglo VI de nuestra era -  fecha de la fundación del Islam en el pensamiento de Mahoma -, no ofrece ninguna otra alternativa, y nuestra compresión inundada de angustia nos invita a intentar comprender esos actos macabros de expiración y padecimiento sin  un encuadre moral justo.

 

A los extremistas fanáticos no les sirven las palabras. Se mofan de ellas, las escupen y las pisotean con saña. Un clérigo incondicional de Al Qaeda, viene amenazando hace años a Occidente con una guerra sangrienta si no se convierte a la religión del profeta  hachimí nacido en La Meca hacia el año 570  después de Cristo.

 

 Ernest Renan – hizo un análisis de la religión cristiana en su obra “Vida de Jesús” – escribió el año 1880:

 

 “Las principales víctimas del islamismo son los propios musulmanes. Mis viajes por Oriente me han llevado a observar en muchas ocasiones que el fanatismo proviene de un reducido número de hombres peligrosos que impone a los otros la práctica religiosa por obra del terror. El mejor servicio que podemos prestar a los musulmanes es liberarlos de su religión”.

 

 No es necesario llegar a tanto. Hay considerables personas del  planeta árabe dispuestas a enfrentar el fanatismo y opinando  que el Islam debería modernizarse. Se ha quedado anclado en unas suras escritas hace casi seiscientos años. Nunca ha tenido un concilio ecuménico con la intención, no de mover las bases de su fe,  sino de  adecuarla a los tiempos actuales.

 

Tras años de muertes descerrajadas  y destrucciones apocalípticas,  todo lo dicho son preguntas  sin respuestas, un largo hilo de Ariana envolviendo una  reflexión elemental, y con ella  la iniquidad de tanta barbarie sobre hombres, mujeres y niños inocentes.



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