Chávez: siete meses

La llamada Revolución Bolivariana del Siglo XXI, un socialismo  cubano en toda regla, conmemora  apoteósicamente la muerte del  comandante-presidente, hace siete meses,  al mismo nivel que al padre de la Patria, Simón Bolívar.

 

El culto a su personalidad raya en lo paranoico bajo el gobierno de Nicolás Maduro, un ser  poco o nada  experimentado que  no ha podio rozar un mínimo de coherencia  a la hora de coordinar, con sentido común,  a una Venezuela hundida moral y económicamente.

 

 Hugo Rafael Chávez fue un personaje indiscutible, con  un talante y pensamiento –la mayoría de las ocasiones desordenado -  que durante 14 años cambió de raíz a una nación y la mantuvo en un puño despótico. Tomó medidas reflexivas con otras funestas, y el pecado más grave, el que no le perdonará la historia, es la amarga división creada entre los venezolanos, mientras desangraba   el erario público procedente del petróleo, una riqueza multimillonaria  malgastada en hacerse  una  imagen de nuevo Libertador de América.

 

La vida política del mandatario  encarnó  la potestad de un hombre cuyo carisma no tuvo parangón en los doscientos años y poco más  de existencia de Venezuela soberana. El otro mito, Bolívar, sembró y moldeó de tal forma el espíritu del barinés como si de una reencarnación se tratara.

 

 No fue así exactamente; no obstante, supo hacer del Bienhechor el soporte  compacto de una revolución pensada para durar mil años. Anhelo de una mente calenturienta, imbuida de mística criolla.

 

El  personaje pasará antes de lo previsto; no así su leyenda.

 

Con ese protagonismo paradójico,  un Jano cuyas dos caras marcaron en todo instante sus actos más asombrosos, el cronista de estas cuartillas compartió  una amistad  dificultosa  hasta hacerse pedazos.

 

Durante una década larga, antes de que obtuviera la presidencia de la república, nuestra camaradería fue sólida. Hugo gozó de una charla fluida y siempre fue espontáneo y ameno en sus conversaciones.

 

Una vez en el Palacio de Miraflores, sede del poder Ejecutivo, mantuvimos  conversaciones esporádicas. Lo acompañé a una docena de viajes al extranjero, el último a Nueva York, tres meses antes del golpe de Estado que lo apartó del poder durante tres escasos días.

 

 La noche del “golpe”, 11 de abril del 2002, se lo llevaron a Fuerte Tiuna, el cuartel militar más importante de Caracas. Corre la noticia de su  renuncia,  mientras sectores populares y soldados fieles comenzaron a movilizarse contra el alzamiento anticonstitucional.  Aquella acción, no hay la menor duda, fue  un lamentable golpe de Estado en toda regla.

 

Durante dos años mantuvimos la amistad y el respeto mutuo, aunque ya comenzaba a deteriorarse ante las medidas dictatoriales que se estaban  tomando bajo  el poder opresor.

 

El hoy difunto presidente hizo una Constitución a su medida y con ella controló  los resortes del poder, mientras manejaba el Estado como si fuera la “caja chica” de un abasto.

 

 Venezuela – “un país para querer” – vive la larga noche de una dictadura, y el pueblo noble, abierto,  generoso, coexiste con un menoscabo profundo de sus  libertades democráticas.

 



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