Mientras medio mundo está pendiente de los mercados, de la prima de riesgo, de los acuerdos o desacuerdos de demócratas y republicanos, de esta estafa llamada crisis -y no me canso de repetirlo-, otro medio mundo, sediento y hambriento, se ahoga antes de alcanzar las costas de Lampedusa, esa isla trampolín que supone la engañosa esperanza para los que no tienen nada.
En nada van quedando los derechos sociales alcanzados por los españoles en las últimas décadas y que Mariano Rajoy y su equipo de Gobierno, vitoreados por el Partido Popular, siguiendo el dictado de la canciller Merkel, la Desunión Europea y el Banco Mundial, se encargan de dilapidar empobreciendo a los ciudadanos, cercenando el estado de bienestar y privatizando todo lo privatizable que interese a los grandes especuladores.
Esta semana que acaba fue para el presidente Rajoy como la "semana grande" de un político que, enardecido por sus palmeros, se atribuye así mismo el papel de gran estadista. Presentó los Presupuestos Generales del Estado para el 2014 una vez que los "hombres de negro" de Bruselas hubiesen dado su "visto bueno", presupuestos que solo el Gobierno y el Partido Popular consideran "responsables y realistas" mientras que para el resto de los grupos del arco parlamentario suponen una nueva vuelta de tuerca sobre el ciudadano y sus derechos, y un paso hacia el abismo de la precariedad y la desesperación de millones de parados.
Rajoy se fue a Kazajistán y dijo ante un auditorio pasmado de kazajos que "todos (¿...?) se preguntaban cuan grande va a ser la recuperación de la economía española". Fue tan enorme la impresión que causaron sus palabras que la Bolsa de Astaná, capital del país asiático, contagiada por las alucinaciones del presidente tuvo la mayor subida de su historia.
No obstante, la última intervención de Rajoy, esta vez en Japón, no tuvo la transcendencia que el esperaba. Para intentar poner en práctica una diplomacia con altura de miras, dijo, a 60 kilómetros de la central nuclear de Fukushima que los temores (por la letal contaminación) consecuencia del desastre derivado del tsunami eran infundados. Y quedó tan tranquilo después de decir esa barbaridad. Casi al mismo tiempo, las propias autoridades japonesas, inmensamente más responsables que nuestro gobernante, anunciaban nuevos vertidos contaminados procedentes de la central siniestrada.
El Papa Francisco definió el desastre de Lampedusa como una vergüenza (para la humanidad, supongo). El ridículo y el papel que hacen nuestros políticos es de vergüenza (para la mayoría de los españoles, supongo).