La cosecha de este año no va a ser óptima para los agricultores: la larga invernera, la nieve aún a finales de mayo, hicieron que la manzana (como los demás frutos y plantas en casi toda España) perdiese su sazón. Por ello, el fruto del pumar, si regular o abundante, va a ser este año excesivamente pequeño. Con todo, se ha salvado el desastre que hubiera ocurrido de prolongarse todavía más el frío y las lluvias.
Lo ocurrido con la cosecha de manzana este año podría servir como parábola de nuestra situación económica: hay cosecha, pero ha sido rala; la alternativa hubiera sido desastrosa. Los ingresos que al agricultor devenga la cosecha hodierna le permitirán resistir para mejorar los del año que viene.
No hay que olvidar que, hacia mediados del año pasado, España estuvo a punto de ser intervenida y el euro a pique de caer. La intervención todo el mundo la daba por hecha; la mayoría de la opinión publicada en los medios, una gran cantidad de economistas, banqueros, empresarios y políticos la deseaban y apremiaban para ello (si es que alguno de ellos recuerda ahora su demanda, tal vez lo haga sin rubor). Ahora bien, la intervención no hubiese entrañado, como algunos suponían y otros querían hacer creer, que se iban a arreglar nuestros problemas económicos y «se iba a meter mano» a políticos y autonomías. La intervención habría supuesto un recorte drástico de pensiones, paro y gastos sociales y nadie metería mano al pimpampum de las comadres del lavadero.
Esa previsión y esas amenazas quebraron en el Consejo Europeo de finales de junio de 2012. Como señalé aquí, por esas fechas («Hablando bien del Gobierno»), «terminaré con un pronóstico optimista que vengo anunciando hace tiempo: si, como parece, la situación financiera se estabiliza, hacia finales de este año empezaremos a ver también señales positivas, la detención de la destrucción de empleo y, tímidamente, otro clima inversor». Y, efectivamente, a partir de primeros de este 2013, y una vez que demostramos que éramos capaces de ir tendiendo hacia el equilibrio de nuestras cuentas, tal como se nos demandaba (recuerden que en 2010 estuvimos a punto de provocar un cataclismo mundial y que a Zapatero hubieron de tirarle de las orejas Obama, el presidente chino y, por supuesto, la UE), las cosas han comenzado a mejorar, empezando porque Bruselas nos ha aflojado el dogal de la reducción del déficit. Pero ha habido otros muchos datos o valoraciones positivas. Les doy únicamente cuenta de algunas: empezamos a crecer en este trimestre, la balanza comercial y las exportaciones mejoran, pagamos menos por el dinero que nos prestan todos los meses; el BdE, Moody's Morgan Stanley, Funcas, la OCDE Oli Rehn y hasta Bill Gates afirman que España vuelve a espoxigar y que lo hará en el futuro con fuerza; según PwC España crecerá más que Alemania, Francia e Italia en los próximos años (debe de haber encontrado ahí el señor Montoro el trampolín para su «España volverá a asombrar al mundo»). ¿Que existen todavía problemas en las cuentas públicas y en nuestro balance económico?, ¿que muchas empresas están al límite y que en algunos sectores aun se destruye empleo? Por supuesto. ¿Que a quien está sin trabajo nada le solventa su problema, sino el encontrarlo? Evidentemente. Pero únicamente a condición de que las cosas vayan bien globalmente podrán enderezarse en lo particular. Solo si pagamos menos por el dinero que nos prestan dispondremos de más numerario para ciertas políticas; solo si las empresas exportan, podrán crecer y contratar.
De todas formas hay que señalar algunas cuestiones fundamentales. La primera, que nuestra economía tiene, al margen de la coyuntura, muchas limitaciones: carestía en la producción de bienes, escaso dinamismo, poco tamaño de las empresas y restringida penetración en los mercados exteriores, menguada modernidad tecnológica. Es ese un problema que no solucionaremos más que en el medio y largo plazo y con la determinación adecuada, y, por lo tanto, por esa vía la creación de empleo no podrá ser notable. Pero, como vengo sosteniendo desde hace tiempo, con las reformas habidas hasta ahora la creación de puestos de trabajo se producirá con una muy menor tasa de crecimiento del PIB de lo que hasta ahora venía ocurriendo.
Y, al margen de nuestros problemas de fondo y, además de la rebaja del crecimiento necesario para crear ocupación, ¿de dónde podrán crearse unos cuantos cientos de miles de empleos en un no excesivo tiempo? A mi entender, han de venir de cuatro ámbitos: la recuperación de nichos de mercado que requieran un escaso capital y una no muy sofisticada tecnología; la eliminación de trabas y caprichos burocráticos; una cierta rebaja de las cargas sobre la empresa, y, especialmente, de la tributación añadida por la creación de empleo en las microempresas, pues solo quien vea con claridad que puede ganar una cantidad suficiente de dinero contratando a un nuevo trabajador arrostrará los problemas que conlleva (hay muchos autónomos que prefieren ahora ganar menos o trabajar más horas a meterse en el «lío» de emplear a una persona que les puede dar muchos disgustos y pocas ganancias); de una modificación de la legislación laboral para que el coste del despido o la justificación del mismo no quede al arbitrio del juez, pues, por un lado, el juez ha de estar para aplicar la ley, no para colegislar o interpretar el mundo, y, sobre todo, nadie contrata si ignora a ciencia cuál va a ser el costo total (final) de su empleado: no lo hacen las multinacionales, ¿cómo van a hacerlo un tendero, un vendedor de ropa, un repartidor de bebidas, una florista?
Y, finalmente, y en cuanto las cosas vayan mejor —y esperando que variables posibles como la política italiana, la máquina de hacer billetes estadounidense, la crisis catalana, no supongan un estallido irreparable o de muy graves daños—, las decisiones de inversión y gasto se animarán y el proceso irá más rápido de lo que ahora somos capaces de ver.
Por donde no van a caminar las cosas es por la línea fantástico-milagrosa de los del burru cagarriales. No es únicamente que la razonable doña Ángela haya ganado, sino que los supuestos palafreneros de dicha bestia de descarga, como el señor Holande, que alucinan de tanto en tanto a sus adoradores, se manifiestan, también ellos, de la única manera que pueden comportarse, en cumplimiento del viejo adagio de «nihil educitur ex nihilo», es decir, rebajando los gastos sociales, subiendo los impuestos y retrasando la jubilación o aumentando el tiempo para su percepción plena.
¡Maldita realidad!