El fin de semana he retornado a Marruecos. Tras hacer senderos de evocaciones idas, estos se han apretujado a una heredad en la que he franqueado la lozanía más soñadora del espíritu andariego.
Los canalillos del sur con su tornasolado color ocre, estaban, o creía, igual, y así, al percibirlos actualmente, observo un intenso cambio. Lo exteriorizo: he sentido cierta serena agitación. No todo está hecho, el camino es largo y la expectativa amplia.
El antiguo imperio Jerifiano nos ha traído en volandas ceñidas en sándalo, evocaciones imborrables de un reino de susceptibles atractivos rodeado en usanzas como para embrujar durante mil y una noches.
En los lugares donde tomé té verde con sabor a hierbabuena, sentí el aroma de los alcornoques bajo las jaimas teñidas de añil oliendo a incienso de ámbar, y al crepúsculo de Paul Bowles, añoré manos azules salidas de cuerpos con miradas libres, entre los oasis y las kasbashs donde comienza el llamado umbral del Gran Sur, quedando inexorablemente taladrados sobre la piel, y eso no se arrincona, pervive en las hendiduras del aliento.
Marruecos nos sabe a chumberas, anillos de argento, pulseras, salmuera y vinagre; clavo, comino y canela; murallas y barro en la Medina, con sus placitas y callejuelas guardando pasiones y andaduras de una juventud arrinconada.
Al actual soberano marroquí, Mohamed VI, lo conocimos cuando aún era Su Alteza Real el Príncipe Heredero Sidi Mohamed; nos vimos una mañana diáfana en Rabat, después de los actos de la Fiesta del Trono, siendo en el almuerzo, con los altos dignatarios de la corte, ministros e invitados especiales, donde cruzamos unas palabras. Nos pareció un joven lúcido, algo tímido - eso creímos entonces - producto de su refinada educación y la carga que ya entonces comenzaba a llevar sobre los hombros: suceder, cuando el tiempo lo marcara, a su padre Hassan II.
En esos días, hablando de las relaciones con el Frente Polisario y los problemas bilaterales en la zona, había dicho con prudencia:
“Siguiendo las resoluciones internacionales auspiciadas en las Naciones Unidas y que han sido aceptadas por nosotros, dentro de este contexto, estamos dispuestos y abiertos a todo diálogo que pueda ayudar a llevar a buen fin estas soluciones.”
La situación de al-Maghreb era clara en el actual monarca: “Hay integristas fundamentalistas en todas partes. Hay integristas cristianos, integristas judíos e integristas musulmanes. El problema está en que el Islam se ha convertido en la segunda religión en muchas partes del mundo, y esto ha creado roces.”
Cuando se hablaba del Plan de Arreglo planificado hacia el referéndum tantas veces manipulado dentro del Polisario - manejado en su mayor parte entre Libia y Argelia – toda persona informada sabía que cientos de saharauis, reclutados casi a la fuerza en los campos de Tindouf, habían regresado a su morada de siempre: Marruecos.
El país de las especies desea cambios en la política nacional, especialmente en las áreas sociales. Mohamed VI no es alucinado y quien lo quiera comprobar debe escucharle hablar. Conoce las dificultades y sabe que ha llegado - con tesón y eficacia social - el momento de dar un “gran salto” hacia adelante. Viendo la nación, creemos que se está consiguiendo paulatinamente con su gobierno no siempre fácil.
El rey reconoce que el Islam intolerante no es Islam. Para él es falso el concepto mantenido en Occidente de que las aljamas todas son fanáticas, exaltadas y conquistadoras. Hay grupos, tendencias enaltecidas, no obstante las Suras del Coran poseen el pragmatismo dulcificante muy arraigado.