Con Álvaro Mutis, honorable errabundo dominador de la palabra, se pueden recorrer en el navío de Maqroll El Gaviero - su creación literaria memorable - ríos navegables, mar abierto, recónditos abismos hasta amarrar en los malecones de fondeaderos exóticos, en el que el colombiano sintió la brisa de otros mundos, los besos ardientes de mujeres esperando ansiosas en el bar de la bahía, y el sabor del vino macerado en viejas cráteras griegas.
Hace unos meses llegué del Caribe al Mediterráneo. Estas aguas se hallaban en calma y envueltas en un añil oscuro intenso. Uno sabía que por ese piélago vinieron a las costas hispanas las civilizaciones prensadas en ánforas de miel, la filosofía del amor, la muerte y la existencia; melodías frescas empujando a levantar las piedras de Cartago, columnas de Creta, trovadores napolitanos, y siembra de azafrán en ejidos de Trípoli con la aguijada púrpura de Alejandría.
Tiempo atrás, en los arenales de la Albufera de Valencia estimuladas con la cercana flor del limonero, acudíamos todas las tardes a sentarnos en sus orillas. Éramos jóvenes y apretábamos la luz con las propias manos para hacer luciérnagas. Media esperanza habita en esa playa entre las ramas de los pinos albares.
Antes de nuestra partida al encuentro de los acantilados de Isla Margarita y comenzar así una singladura que aún no ha encontrado sosiego, abrimos un hueco en la arena caliente y enterramos, en una ceremonia pagana de sortilegios, el libro “Amirbar” de Mutis.
El Gaviero nos introdujo en el bergantín de las caracolas, y allí seguimos esperando a Abdul Bashur, el soñador de tesoros desbordados de perlas arrancadas de los bajíos de Cubagua.
Un día en Cartagena de Indias o en Acapulco – no hay certeza fehaciente de ello - dijo Álvaro Mutis:
“El siglo que me hubiera gustado vivir es el XVIII, con toda su carga de cinismo, de libertinaje, de elegancia, de bien escribir... Esta época de ahora es exactamente la época en la que no hubiera querido vivir jamás, y me duele que la vivan mis hijos, y me da mucho coraje por mis nietos”.
Nadie toca la época en que desea revolcarse, y en esa situación andaba Maqroll el Gaviero cuando termina de morir. Indagaba noche y día en las cartas de los navegantes buscando su tiempo, a sabiendas de que cada tres leyendas, dos son reales y la otra es un sueño inalcanzable.
En este momento siento la partida hacia el piélago del Universo inconmensurable del marino Maqroll el Gaviero y su compañero de aventuras Álvaro Mutis.
El Caribe tendrá otro sabor y un reflejo afligido, como si la existencia se nos fuera en el sonido de una caracola, tras el puerto con mástiles resplandecientes y querencias clandestinas en los pliegues apaisados de las cenefas cuando se aleja el último barco hacia el fondeadero de la eternidad.
El recuerdo de Álvaro Mutis se empapa de salitre y sargazos envueltos en lluvias azulinas.