El poeta fue anchuroso gracias al comunismo soviético y sublime en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” y “Confieso que he vivido”.
Un mes de septiembre igual a éste, hace 40 años, murió y se hizo inmortal, cegando con su magnificencia los quinqués hirientes de una dictadura inhumana y déspota.
Nadie ha superado en lengua castellana desde el inicio de las imperecederas “Glosas Emilianenses y Silentes” en el siglo X, las primeras estrofas del poema: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente / y me oyes desde lejos y mi voz no te toca / parece que un beso te cerrara la boca”.
A su vez el marxismo le apartó de sus valores ardientes y le hizo escribir, pensar y hacer incontables simplezas. Con todo, permanece el quitapesares de no haber sido el único.
La izquierda latinoamericana y europea de esos vehementes tiempos – casi la totalidad de sus intelectuales – bebieron la miel y la miseria del colectivismo soviético. Después la mayoría, cuando supieron de los espeluznantes crímenes de Stalin, se arrepintieron. Neruda no del todo. En el fondo de sus entrañas, le dolía pasar al vacío de la decepción, así, de repente.
No deseo condenarlo. Tampoco quiero. Sus versos sufragan con creces cualquier desvarío.
El desaparecido Norberto Bobbio, filósofo, pensador liberal con actitudes socialistas que el marxismo pudo digerir al no dejar de ser un demócrata consciente, dejó unas palabras que bien pudieran salvar al trovador recordado. En “La utopía al revés” subrayó:
“El comunismo histórico ha fracasado, pero los problemas permanecen”. Esos mismos inconvenientes que la utopía comunista señalaba y se proponía resolver existen ahora –o coexistirán muy pronto- a escala mundial. Es por eso que sería ridículo frotarse las manos diciendo: ‘siempre lo dijimos’. ¿Piensa realmente la sociedad actual que el fin del comunismo histórico ha puesto coto a la pobreza y a la sed de justicia?
No hay duda: a razón de sus errores y flaquezas la democracia ha superado el desafío del colectivismo histórico.
“Ahora que ya no hay bárbaros –dijo el lírico alejandrino -, ¿qué será de nosotros sin ellos?’ ”.
El bardo es Constantino Kavafis. Esas estrofas hablan del instante en que el emperador espera la llegada de los invasores para hacer mejores leyes e instaurar el nuevo impero. Llegó la noche y la columna anhelada no rebasó las murallas.
“Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros. / Los hombres esos eran una cierta solución”.
Con el socialismo materialista aconteció lo mismo. Los intelectuales de la talla de André Gide, Pablo Picasso, Rafael Alberti, Max Aub, Jean Cocteau, Heinrich Mann, Jorge Amado, Miguel Otero Silva y, entre otros más, Pablo Neruda, esperaron la salvación del mundo de la mano del marxismo, siendo el vaso de cicuta que rebasó el espacio, el gulag con millones de muertos, y en sus últimos años el desencanto que le producía Cuba. En un poema – no gustó a Fidel Castro - le habló:
“Esta es la copa, tómala, Fidel. / Está llena de tantas esperanzas / que al beberla sabrás de tu victoria / y es como el viejo vino de mi patria: / no lo hace un hombre sino muchos hombres”.
Gracias al cielo bienhechor no dispongo de un termómetro dedicado a medir la mente interior de un excepcional escritor tan admirado; con todo, hay enfoques afligidos y errados marcando su destino.
- ¿Qué tiene usted que ver con el destino? – Le preguntó Napoleón a Goethe – “La política es el destino”, le respondió el alemán.
Neruda, al cumplirse cuatro décadas de su partida en la casa-carabela de Isla Negra, en el mediodía del recóndito de Chile, ante un océano enfurecido con mascarones de proa en cada arista del cayo, tal vez hubiera respondido del mismo modo. Lo había expresado una mañana afligida en un Madrid bélico, cuando le rezó a Simón Bolívar al ver tanta sangre derramada:
“¿Eres o no eres o quien eres? Y mirando el Cuartel de la Montaña dijo: Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”.
Pablo, el grande, ha seguido el mismo sendero luminoso.