El mero hecho de existir es jugar con los matices de la realidad, las mismas que ayudaron a Milton a escribir “El Paraíso Perdido” o a Dante la “Divina comedia”, legados en el que se exhiben lo divino y humano de nuestro ser.
Fue el periodista gallego nacionalizado francés, Ignacio Ramonet quien dijo en un artículo - “El fútbol es la guerra” - lo siguiente: “En el transcurso de un partido lo que encarnan los jugadores son las virtudes de la nación - virilidad, lealtad, fidelidad, espíritu de sacrificio, sentido del deber, sentido del territorio, pertenencia a la comunidad -”
Quien haya pateado una pelota de cuero o papel prensado, en campo de tierra, en la esquina de una calle, loma o arrabal, sabrá con certeza que esas palabras son ciertas.
Todo espectáculo en el campo, es un conjunto de cualidades y técnicas que habrán de darle al juego la dimensión interior apasionada y apasionante de esa lucha que lleva a conseguir, en cualquier orden, la meta anhelada.
Jorge Luis Borges - escribía en castellano mientras pensaba en inglés - al fútbol lo llamaba “football”, al creer expresar con esa palabra - si la decía arrancándola de su propia raíz - hasta el movimiento del balón en el aire apasionado.
El autor del “Hombre de la esquina rosada” solía decir más o menos: lo malo del deporte era la idea de que alguien gane y de que alguien pierda, pero sobre todo, ver ese hecho suscitando rivalidades.
Al ciego visionario de las letras más sarcásticas y contradictorias jamás escritas, se le podía ver en su juventud acudiendo a los encuentros del Chacarita Juniors en aquel Buenos Aires de arrabales, patios de vecindad, el truco, el tango una veces valeroso y otras sentimental, con la parsimonia y la compostura de un lord, pero cuando llegaba el esférico a sus pies, escuchaba el griterío, la sangre se le subía a borbotones a la cabeza y la pasión desatada cubría toda su piel de un nuevo ropaje. Borges jugó al fútbol de la misma forma que hacía literatura: con el placer o la emoción nacidos en ciertos momentos de excelsa locura.
Uno ha ido poco casi nunca al futbol, no obstante, algo curioso o entrañable: en cualquier parte del mundo donde nos hallábamos, intentábamos informarnos de los resultados de los partidos del Real Oviedo o el playero Gijón.
Extraña secuela de una niñez enfrentada a una pelota de papel, el sentido de “patria chica” que rezuma en el alma o tal vez cierta reminiscencia azucarada de palomitas de maíz.