El Diario ABC, en su edición del pasado martes, 12 de septiembre, con el título “Castro compromete su objetividad en Nóos”, publica en primera página una foto del juez Castro compartiendo mesa en una terraza de Palma con la abogada del sindicato Manos Limpias, principal acusación particular del caso Nóos.
Esta foto creemos que debe ser definitiva para trasladar el asunto a los tribunales valencianos.
La imparcialidad, trasunta de la independencia a la que tanto apelan los jueces, veda al juez toda posibilidad de mezclarse con las partes y, menos aún, con la acusación, so pena de pervertir la presunción de inocencia. El juez, en el proceso, debe adoptar una posición de pasividad total. La imparcialidad exige al juez inercia como garantía de equilibrio, y tomar copas –o café- con la acusación en un lugar público erosiona estos principios.
Dice Castro en su descargo que suele compartir mesa y mantel con los abogados de las partes. Por citar a las partes en cenas y almuerzos privados fuera de su despacho fue imputado un juez del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y se le ha abierto juicio oral.
Alega la abogada de Manos Limpias que su encuentro con el juez fue casual y que no hay nada malo en compartir mesa con una persona con la que viene trabajando codo a codo desde hace dos años.
Endeble acusación particular puede ejercer el citado sindicato si su representante legal utiliza tales argumentos para justificar su tertulia con el juez. La acusación particular no puede en modo alguno trabajar codo a codo con el juez. Si así fuera, el proceso quedaría invalidado. Como acertadamente afirmaba Calamandrei “la imparcialidad impone al juez una neutralidad absoluta y una resistencia a todas las seducciones del sentimiento, una serena indiferencia casi sacerdotal”.
Que el juez comparta mesa con la abogada de la acusación particular, puede ser interpretado como un indicio de que está comprometiendo su imparcialidad, y los indicios están admitidos como prueba en el ordenamiento jurídico procesal español y, en muchas ocasiones, son utilizados por los propios jueces de instrucción para dictar autos de imputación. Es más, la jueza Alaya ha preimputado a Griñán y a Chaves por indicios. Recordemos, también, que el Ministro Bermejo tuvo que dimitir de su cargo por aparecer una foto suya junto al juez Garzón mientras participaban en una cacería.
Las conductas del juez y de la abogada son, como mínimo, temerarias y estéticamente feas, a la vez que ponen en riesgo el resultado final del procedimiento que pudiera llegar a ser anulado evitando la condena de quienes, a la vista de lo ocurrido hasta ahora, incurrieron en conductas presuntamente delictivas.
La justicia se representa históricamente a través de dos símbolos: la balanza y la espada.
La balanza se asocia con la imparcialidad; la espada con la voluntad de alejar cualquier presión sobre la sentencia.
El juez Castro, aunque su encuentro con la abogada hubiera sido casual, debería haber enarbolado la espada negándose a compartir mesa en público con tal contertulia, con el fin de despejar cualquier tipo de duda sobre su imparcialidad.
Así debería ser la justicia.
Kant, sostenía, que, sin embargo, los jueces “se valen ordinariamente de la espada, no tanto para alejar toda influencia extraña al derecho, cuanto para arrojarla en la balanza cuando ésta no se inclina del lado querido. VAE VICTIS (¡ay del vencido!)”.