Corren los días de la novena de la Santina, y veo como los periodistas no se enteran, no nos cuentan casi nada de lo que pasa. En los periódicos pocas veces sale el heroísmo sin brillo de alguien, las madres corrientes, la gente que trabaja entre sonrisas. Pero, aunque la Santina no salga en los periódicos, ¿quién tuvo el corazón más grande que ella?
Subo al Santuario como uno más, allí veo a los hombres y mujeres que vienen de lejos a rezar a la Virgen. Y me fijo que no hay dos miradas iguales, ni dos besos iguales. Cada mirada y cada beso del peregrino tiene su estilo personal. Y es que la Santina sale al encuentro de sus hijos con su alma de mujer, con su amor caliente de madre, con sus manos dulces para acariciar a los hijos más débiles.
De vuelta a casa llevo en el corazón un poco más de ternura, algo del cielo azul de Covadonga y de ese verde limpio que rodea el entorno del
santuario. Y rezo con unas palabras de un poeta querido: "porque la vida es el único verso interminable, así he vivido yo con la mirada limpia, sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería".
Y cuando en el autobús oigo cantar a la Virgen, me acuerdo de aquella copla: "tan solo en el cielo te aman mejor", pero no me lo creo; habrá que ver si en el cielo saben quererte como lo hacen aquí. Y es que Covadonga es como el sol, como el pan, como el agua, que hartan el alma y te llenan de consuelo.