El valor de la tierra

No soy hebreo, sino cristiano viejo; no obstante, el  judaísmo nos  impresiona ante su fuerza para mantener las tradiciones. Sin soporte del pasado, el futuro  termina convirtiéndose en polvo.

 

Un profesor de la Universidad del Sur de Carolina, Joseph D. Bermaman, explicó algo de la tradición judía transmitida  a través de más de cuatro mil años. A eso lo llaman “sedaká”.

 

“Los valores de la sociedad - decía - han cambiado en gran manera en la historia de la humanidad a través de los tiempos. Esto se debe a que el hombre busca siempre un sistema de vida que se amolde a sus deseos, es decir, quiere identificarse con normas nuevas de conducta que representen su modo de vida”.

 

Los mandamientos de la Ley de Dios son inmutables y han sido transmitidos a través de una inquebrantable y continua cadena generacional.

 

En una época en  que la tecnología lo llena todo, los espíritus se renuevan y se aferran cada día a la esencia humanística del propio ser.

 

Los palestinos están adquiriendo, con dinero saudita, tierras en Jerusalén,  al necesitar la esencia del   terrón, la piedra y hasta el polvo con el anhelo perdurable   de no ver disipado su propio pasado.

 

 Han vivido junto a los judíos miles de años sin problemas. Los enfrentamientos son recientes, aunque crueles, y en esa lucha  han aprendido de los israelitas algo fundamental: la heredad, aunque sea un pedazo pequeño, hace a un pueblo, pues allí, entre los surcos, se alza la tradición inconmensurable.

 

Las tierras están en el Valle del Cedrón. En la antigüedad sólo los leprosos se dignaban habitarlas. En el lado oriental las encierra el cementerio judío del Monte de los Olivos. A los pies de las murallas de la ciudad vieja, el camposanto musulmán y al norte las tumbas de Zacarías y Absalom. Es decir, la tradición de los siglos en un trecho pequeño casi insignificante y  a su vez invalorable. 

 

¿Se puede vivir ante el peso de tanto espiritualismo enterrado? A lo mejor esto es la “sedaká”.  Los palestinos estar contentos al saber que dichas zanjas los unen hondamente  a su pasado. Allí están enterrados  los seres queridos, los recuerdos posibles. Los valores de la raza, la ilusión y los sueños.

 

 Es pronto para decir si las conversaciones de paz entre Israel y Palestina llegarán a algo concreto. Otras veces hablaron y las palabras y sus encuentros no llegaron a nada. Sí, a más violencia.

 

Con  todo, es necesario seguir platicando sin descanso. De un lado y otro muchísimos están ya hartos y cansados de esos enfrentamientos sin fin. 

 

No es extraño que el síndrome de esas tierras color ocre, tan universales como la luminiscencia y el aire, sea el soplo de una pasión desmedida levantada sobre millones de almas a través de los siglos, desde aquel lejano día en que David lanza una piedra sobre la cabeza de Goliat, lo derriba, es nombrado rey, y comienza la historia más apasionante jamás contada, a cuenta  de  lo que asume de celestial, sublime  locura, dolor sin fin, amor a raudales y devoción trágica.


 Los dos pueblos conocen bien el valor imperecedero de la dura tierra amada.



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