Jamás hasta el presente se había elevado sobre la nación venezolana el mito del heraldo fuliginoso, un tótem que habrá de llevarla al mundo feliz de Huxley; Edén sin enfermedades, exigencias económicos, rejas, homicidios, a gozar de “soma”, la droga de la felicidad obsequio del Caudillo.
Hitler, encandilado con los cantos épicos de Richard Wagner en “El anillo de lo nibelungos”, vio a su héroe Sigfrido entrando en la morada de los dioses, y él mismo, una vez recibido el vaho teutónico, ordenó abrir las compuertas al aterrador holocausto.
La formación de una ficción, al decir de Trevor-Roper, está condicionada por los hechos; hay un mínimo de evidencias en las que ha de apoyarse, si quiere vivir; pero una vez satisfecho ese mínimo básico, el cerebro humano se considera en libertad para aceptar los mayores absurdos. “Cuando consideramos sobre qué pruebas tan risibles han sido aceptadas por millones de seres las más ridículas creencias, hemos de vacilar antes de juzgar nada por anticipado como irrealizable o creíble”.
¿Será entonces real esta creación de país en que moran los venezolanos moramos?
¿Puede ser factible ver a todo un pueblo despojarse de sus derechos y entregárselos en bandeja de sargento a un solo hombre hasta el final de sus días, sacrificando con ello a las generaciones futuras?
¿Es de cajón dejar de pensar y hablar libremente para solo sentir y escuchar la voz de la Gran Esfinge?
¿Deben esos hombres y mujeres dejar la heredad de sus esperanzas, la tierra madre de los afanes hondos al vaivén de los vientos que hoy los azotan y cobijarse en las hondonadas de la calma obligante sin poder levantar la mirada?
No y mil veces no.
Si los humanos, recuerda Macaulay, hubieran de aguardar la libertad hasta que el ejercicio de la esclavitud los hiciera dignos de ella por su prudencia, por su virtud, esperarían siempre en vano.
El porvenir es de los seres libres y no del gobierno centralizado; no se olvide nunca, y hablamos a la juventud de esta tierra de gracia venida a menos: la libertad es de ello y no del régimen de turno.
El llamado Chavismo sin Chávez convertido en estos momentos en una comuna con sabor vetusto y manejada sin higieniza democrática bajo las botas – no los votos - de los militares felones y las milicias marxistas, es un caos.
La Venezuela que Hugo le entregó a un aprendiz moldeado en el cerebro inflamado de Fidel Castro y llamado Nicolás Maduro, no termina ahora. Tampoco mañana. El camino de toda Patria es el futuro soleado.
El Comandante ido, el Jefe Máximo, envuelto en las ceremonias asfixiantes de los babalaos salidos de la negritud, recibe cada amanecer la visita de pajaritos pintados de irisaciones de luz que hablan a picotazos y dan consejos de gobierno.
Aún muerto, Hugo Rafael seguirá gobernando esa tierra caribeña hendida y agrietada, hasta que el pueblo levante la cabeza, miré al cielo y escuche el trueno ensordecedor que habla de justicia, paz y libertad.
Tres palabras únicas que en cada tiempo preciso han marcado el camino a seguir a una nación digna y recubierta de coraje.