Se acabó el tiempo de la inocencia… Durante la guerra civil libanesa descubrimos que la revolución no es bella, y que el romanticismo de las fotografías del Che Guevara y los sueños del mayo del 68 se convierten, al chocar con la realidad, en pesadillas. La revolución no es un sueño, sino una pesadilla por la que hay que pasar.
Este determinismo del que sigo convencido me confunde, pero más me confunde la forma en que la revolución estalla en la gente y se vuelve en un momento histórico concreto en una opción ineludible. “No perderemos más que nuestras cadenas”, según Karl Marx. Y es cierto, pero ¿quién garantiza que no cambiaremos unas cadenas por otras?
Pero antes de llegar al resultado -cuestión problemática y complicada-, está la propia senda revolucionaria, llena de sangre, decepciones, errores y sueños frustrados. Las revoluciones árabes han presentado una realidad en la que muchos no pensaban: la gente no hacen revoluciones, sino que se ven metidos en ellas. Es decir, que las revoluciones se parecen a fenómenos naturales como terremotos y volcanes, y no tenemos más opción que interactuar con y meternos en ellos, y dar con las ideas adecuadas para que pasen en el menor tiempo posible, y volver a lo que llamamos la vida normal. Nosotros no hacemos revoluciones porque las revoluciones nos levantan y nos crean.
Las revoluciones árabes que estallaron debido a la represión y la humillación se han encontrado sin liderazgo ni ideas y eso es lo que ha atraído a algunos a apoderarse de ellas y ponerlas a su servicio, desde los regímenes del Golfo a los islamistas takfiríes pasando por los Hermanos y los ejércitos. Y eso es lo que ha permitido a un régimen salvaje como el de Bashar al-Asad seguir destruyendo Siria, resguardándose en una alianza regional basada en el temor de que el Golfo fuera engullido por las revoluciones y que ha apoyado al régimen dictatorial en el marco de las luchas por el liderazgo de la región.
La revolución tal y como la vivimos ahora es triste y deprimente, y ha perdido su brillo romántico. Ello nos pone ante dos opciones: lavarnos las manos ensangrentadas con sangre y pretender ser inocentes, o seguir defendiendo los valores humanos y la necesidad de proteger a la sociedad del desplome y enfrentarnos al despotismo y las dictaduras del islam político como podamos, con palabras y/o hechos.
Se acabó el tiempo de la inocencia.
En Siria el Padre Paolo es secuestrado, y la gente de Raqqa se levanta contra el despotismo de Al-Qaeda y sus semejantes. Y en El Cairo, los Hermanos han decidido, en defensa de su autoridad, convertir Egipto en un baño de sangre.
Se acabó la inocencia, pues la lucha contra la dictadura de Asad el carnicero es una lucha contra toda dictadura y la defensa de los Derechos Humanos ha de comenzar por la defensa, en primer lugar, de la vida del Ser Humano y su dignidad.
Paradojas del destino, los revolucionarios que permanecen en la memoria son las víctimas y no los vencedores: la Comuna de París, no la Bolchevique, Mayakovski y no Gorki, Guevara y no Castro, Rosa Luxemburgo y no Stalin. A Arafat le salvó morir envenenado por Israel y a Abdel Nasser morir intentando reconstruir su ejército derrotado.
14 de agosto, en Aita
Aita ocupa un lugar especial en la memoria libanesa, allí comenzó la guerra de julio de 2006 y allí se dibujó la resistencia del pueblo libanés contra la destrucción israelí de la línea de libertad por medio de la sangre de las víctimas. Tras la retirada del monstruo israelí, fui a Aita el día en que se anunció el alto el fuego en medio de un río humano interminable que regresaba al sur del Líbano.
Allí, mi corazón se encogió ante las casas destruidas, y vi cómo los combatientes de Hezbollah creaban su leyenda de resistencia y defendían la vida con su muerte. Este año, el 14 de agosto Nasrallah nos llevó con él a Aita y le escuchamos a través de la pantalla de televisión. Me pregunté ingenua e inocentemente por qué una facción resistente libanesa ha de ir a luchar para defender al régimen dictatorial en Siria. ¿Por qué una resistencia que por primera vez en la historia de la lucha árabe-israelí impuso una retirada sin condiciones a Israel ha de participar en la guerra del régimen sirio contra su pueblo?
Es una pregunta ingenua que pertenece al tiempo de la inocencia que se va perdiendo entre la sangre que corre en el Levante árabe. Es una pregunta que nos lleva al lodo de las políticas de identidad que han pasado de ser políticas sectarias reducidas a Líbano a ser una política general en el Levante Árabe. El punto débil de la resistencia islámica en Líbano es su punto fuerte. Su debilidad es su identidad religiosa en un país multiconfesional, que la hace presa de dicha identidad, y por tanto pierde la capacidad de dirigirse a todos. Pero esta debilidad es, en contrapartida, la fuente de su fuerza, por dos razones: la primera es que ofrece un material ideológico que viene a cerrar el vacío de la caída de las ideologías nacionalistas y de izquierda, la segunda es el establecimiento de una alianza firme con Irán, que lo provee de armas, dinero y entrenamiento.
Este complejo compuesto de fuerza y debilidad lo convierte en parte de la lucha de identidades en la Siria histórica e Iraq, y traslada su principal contradicción de una contradicción con Israel a una interna en el corazón de Siria. ¿Podemos pedir inocentemente a Hezbollah que abandone Siria? Lo más probable es que ya no podamos. Fue posible, al menos en un principio, en el tiempo de la inocencia que ha quedado hecha trizas.
¿Existió en algún momento la inocencia?
Hago una elegía a la inocencia como si algún día hubiera existido, algo que no está confirmado, y lo más probable es que se trate más de una suposición literaria o cultural, nada más. Cuando me encontré con exiliados iraníes en Berlín el año pasado, recordé las verdades que la escoba de la historia había borrado, y vi imágenes de miles de detenidos y detenidas de izquierdas que fueron ejecutados entre vítores de revolución.
No, la inocencia no existió nunca, y eso es lo que revela la decadencia de los medios árabes, que han llegado a su nadir, por lo que hoy ya no hay medios, sino armas que luchan en medio de mares de sangre en el Levante Árabe. ¿Fueron libres alguna vez los medios árabes que nos sorprendieron por su libertad? ¿Cómo el libre se convierte en esclavo y vocero?
Lloramos a la inocencia para protegernos a nosotros mismos de la brutalidad de la historia e intentamos regresar a un tiempo ideal para no reconocer que nuestro idealismo fue un engaño. Esto no significa que debamos retirarnos del lodo de la historia, sino simplemente que hemos de ser conscientes de que nuestra defensa de los valores no puede ser inocente, sino que debe estar ligada a una visión política y social. Si no, su inocencia será ingenua y su defensa de los valores una humillación.