Aquéllos veranos en La Vecilla

La Vecilla, esa población de León tan asturiana y montañesa, vuelve a estar de moda por el amor y entusiasmo de sus veraneantes, los de antes y los ahora. Y esos vecinos estivales quieren recordar tiempos, evocar historias y compartir momentos de una época donde el veraneo era carta de naturaleza en muchas familias y el ocio se disfrutaba de otra manera. De Asturias (sobre toso de las Cuencas), de Castilla y León, de Madrid, de Galicia, del País Vasco, de Andalucía, acudían infinidad de aficionados al sol amable de la montaña, al frescor pletórico de las riberas del Curueño, a los paseos infinitos de los viejos caminos medievales, a la tranquilidad del entorno y al encuentro amistoso de la Fonda Orejas.

 

Y esos transeúntes del veraneo familiar se han movido lo indecible para anunciar a diferentes generaciones de amistades que La Vecilla existe y quiere recuperar la cultura del entendimiento, la reunión y el ocio bien compartido con el montaje de un cónclave entre pandillas con la única intención de recrear la mente y regresar por unas horas a aquellos días cargados de ilusión, andanzas, baños en la Era, senderismo en Valdorria, chocolatadas en Segolia o bocadillos de cecina en La Cota. Felicidad juvenil en un ambiente único y especial que ahora los/as que peinan canas quieren recobrar como un sentimiento de volver la vista atrás y remembrar un tiempo pasado que se ha ido de nosotros de manera inexorable pero que sigue en la alacena de la memoria de todos. Y ese agrupamiento de veraneantes -qué buena idea- servirá como una auténtica terapia de grupo, se insistirá en que La Vecilla existe como notable localidad del veraneo de toda la vida y será factible que todos los participantes en esta fiesta animosa aprovechen para leer unos capítulos del libro «El río del olvido· del escritor local Julio Llamazares, una forma de darle un toque cultural a una «kermesse» que se presume veraniega, simpática y plena de sentido amistoso.

Las polesas de Laviana Dolores Valle y Patricia Fernández Cuesta están entusiasmadas por la acogida afirmativa de tantos veraneantes repartidos por medio mundo y que asistirán el primer sábado de julio al festejo del año en La Vecilla. Una organización, de mano y talante femenino, que está animando a un montón de disfrutadores estivales para presentarse en el alfoz del Curueño tras años sin contactos y repartir saludos, abrazos y miradas cómplices.

La recepción significará un amplio plano secuencia muy bien dirigido por el amigo y artista Ángel Amador Gilsanz que a buen seguro sacará a relucir sus memorables películas donde reflejó con maestría la vida y milagros de unas semanas estivales envueltas en sabor a río, cecina y chocolate? Y eso fue y es La Vecilla, un entorno sujeto a la brisa de la montaña, a las mejores plumas del mundo para la pesca fluvial, a los porrones de buen vino de la tierra, a la amistad compartida, al veraneo sosegado, a las noches tertulianas de la Fonda Orejas con las sorprendentes anécdotas de Víctor Mayo, a los consejos directos y primordiales de mi querida hermana Lady, así como sus insuperables arroces con salchichas, a la sobremesa entre limonadas y parlamentos, a los recorridos imposibles en bicicleta, a la observación del juego del mus, a las fiestas de praderío, y siempre, siempre, a los sabores de la memoria recogidos en un entrepan doméstico junto a las lonchas bien cortadas de sabrosa cecina que tan bien preparaba en las tardes de estío la señora Magdalena. Y es que a tenor de esta recordación, La Vecilla existe



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